
El almizclero y el gigante
En los primeros tiempos del mundo había en él siete clases de animales: el carabao, el caballo, el buey, el perro, el ciervo, el corzo y el almizclero. Todos ellos tenían deseo de pescar, para satisfacer el hambre y, por consiguiente, fabricaron una red, la echaron al agua y, al cabo de un rato, la sacaron. Entonces vieron, con la mayor satisfacción, que habían cogido numerosos pescados. Los echaron a la playa y uno de los pescadores, volviéndose a sus compañeros, preguntó:
- ¿Quién se quedará a guardar esta pesca, mientras echamos de nuevo la red al agua? Tened en cuenta la posibilidad de que cuando menos se espere, se presente el gigante Gergasi.
- Yo me quedaré a guardar la pesca - dijo el Carabao - Gergasi no me da ningún miedo y, si se atreve a presentarse, lo embestiré y trataré de cornearlo.
En efecto, el Carabao se quedó de guardia al lado del montón de pescado y cuando sus compañeros se hubieron alejado para arrojar, de nuevo, la red al agua, se presentó el gigante Gergasi y exclamó:
-¡Caramba! ¡Pues no habéis hecho mala pesca! Me alegro mucho. Voy a comerme todo ese pescado y, además, tú, Carabao, me servirás de postre.
- Bien - replicó el Carabao -. No hay inconveniente en que lo pruebes. Acércate, y vas a ver cómo te clavo mis cuernos…
- No eres bastante fuerte para eso - contestó Gergasi -. Vas a ver cómo, en unos cuantos bocados, acabo con todo, sin olvidarme de ti.
Dicho esto, Gergasi se aproximó al montón de pescado. El Carabao se dispuso a acometerlo y, en efecto, echó a correr hacia él. Pero Gergasi lo agarró por los cuernos, con tanta fuerza, que el Carabao vióse incapaz de hacer el más ligero movimiento, ya que su enemigo era muy corpulento y vigoroso. Y el Carabao, al verse vencido, mugió .
- Suéltame y te permitiré comer el resultado de nuestra pesca.
Al oír estas palabras, Gergasi lo dejó libre y el Carabao salió corriendo y se arrojó al agua, en busca de sus compañeros, que pescaban mar adentro. Y al llegar al lado de ellos, les dijo:
- Mala nueva os traigo. Gergasi se ha comido todos los peces. Me agarró por los cuernos y, a pesar de mi deseo, nada pude hacer contra él.
Estas palabras suscitaron el enojo de todos contra el Carabao, y sus compañeros le dijeron:
- Inútil será todo el trabajo que nos tomemos, si Gergasi ha de devorar el resultado de nuestros esfuerzos.
El Caballo se volvió al Carabao y le dijo:
- Mira, vale más que te quedes a pescar con éstos. Yo iré a guardar la pesca y si viene Gergasi, trataré de morderlo, pero aun en el caso de que no lo consiga, lo moleré a coces.
Los pescadores llevaron su pesca al mismo lugar de la playa en que dejaran los otros pescados y encargaron al Caballo que hiciese buena guardia. Luego se dirigieron, otra vez, al mar, para reanudar su trabajo. Y cuando se hubieron alejado un tanto, se presentó otra vez Gergasi, y exclamó:
- Oye, si no te vas inmediatamente, además de devorar todos los peces, tú me servirás de postre.
- Me gustaría verlo contestó el Caballo -. Debes saber que no haré como el Carabao, sino que defenderé nuestra pesca, aunque el empeño me cueste la vida.
Gergasi no le hizo ningún caso y se aproximó al montón de pescado. Entonces el Caballo se dispuso a darle un buen mordisco, pero el Gergasi lo sujetó por la cabeza, y aquel se vió imposibilitado de hacer lo que se propusiera. Sin embargo, lleno de valor, se levantó de manos para seguir combatiendo, y Gergasi no tuvo más remedio que soltarle la cabeza. En cuanto el Caballo se vió libre, acometió a su enemigo a coces, pero el gigante pudo agarrarle una de las patas posteriores. Al verse cogido, el Caballo rogó a su enemigo que lo dejara en libertad, a cambio del permiso de comerse el montón de pescado. Gergasi soltó al Caballo, y éste emprendió la carrera hacia sus compañeros, en tanto que el enemigo devoraba tranquilamente la pesca.
Cuando el Caballo estuvo ante sus amigos, les dijo:
- Malas son, también, las nuevas que os traigo. Hice cuanto me fue posible, me defendí y ataqué al gigante, pero él consiguió cogerme por la cabeza. Yo me encabrité, me sacudí, quise pisotearlo y aun lo ataqué a coces, pero él me cogió por una de las patas de atrás y no tuve más remedio que darme por vencido.
-Es inútil - contestaron sus compañeros - esforzarnos en pescar. No obtendremos más resultado que fatigarnos para que Gergasi devore nuestra pesca. Por consiguiente, será mejor que cada uno de nosotros se vuelva a su casa.
Pero entonces el Buey, el Ciervo, el Perro y el Corzo dijeron:
- ¿ Para qué intentar siquiera la lucha contra Gergasi? Los más fuertes entre nosotros han querido impedirle que se apropiara del resultado de nuestro trabajo, aunque sin conseguirlo. Nos parece mucho mejor que cada uno vuelva a su casa.
Únicamente guardó silencio el Almizclero.
Esperó a que todos hubiesen manifestado su opinión y, luego, tomando la palabra, dijo:
-Vamos a hacer una última prueba. Pescad esta vez y yo me encargaré de guardar la pesca. A ver si tengo suerte.
- ¿Qué vas a hacer tú, tan pequeño como eres? - exclamó el Caballo, dirigiéndole una mirada de desdén -. ¿Cómo podrás triunfar sobre Gergasi?
- Eso es cuenta mía -contestó el Almizclero -. Es muy cierto que no tengo fuerzas para luchar con él o para matarlo. Pero, a pesar de todo, confío en que podré guardar la pesca.
Los demás querían volverse a casa, pero, al fin, y no sin gran trabajo, el Almizclero pudo convencerlos de que hiciesen la última tentativa. Por consiguiente, dedicáronse, de nuevo, a su trabajo y después de retirar la red, llena de pescados, volvieron a tierra y los dejaron en el mismo lugar que las veces anteriores. Entonces el Ciervo, mirando a cada uno de sus compañeros, preguntó:
- ¿Quién guardará la pesca, esta vez?
- El Almizclero se ofreció a hacerlo -contestó el Carabao.
- No tengo ningún inconveniente-dijo el aludido -. Desde luego, estoy dispuesto a guardar la pesca, pero también a ceder mi sitio si otro quiere tomarlo, porque, en realidad, soy demasiado pequeño.
Pero en vista de los fracasos sufridos por el Carabao y el Caballo, ninguno de los demás quiso exponerse a percances parecidos, de modo que todos, de común acuerdo, se manifestaron conformes con que el Almizclero fuese, aquella vez, el encargado de guardar la pesca.
- Bien. Yo la vigilaré dijo -. Poned todos los pescados en un montón y cubridlos con hojas, para que nadie los vea.
Sus compañeros amontonaron los pescados y, de acuerdo con el deseo del Almizclero, los cubrieron con hojas. Una vez terminado el trabajo, todos se volvieron al mar para continuar pescando
En cuanto se hubieron alejado, el Almizclero buscó unas rotas y las cortó a tiras como si se dispusiera a atar algo o tejer con ellas. Y apenas hubo terminado la primera parte de su trabajo, vió llegar a Gergasi, que le dijo:
-¡Hola! ¿Qué haces tú ahí? ¿Te han encargado de la vigilancia de la pesca? Bien hombre, bien. El Carabao y el Caballo han quedado vencidos por mí. ¿Qué podrás hacer tú, pequeño como eres? Te aconsejo que me entregues los pescados que tengas, porque, de lo contrario, tú mismo serás devorado.
- Te engañas - contestó el Almizclero -. N o guardo ninguna pesca y sólo he venido a cortar rotas.
Gergasi se aproximó, aun cuando no había visto el montón de pescado. Y continuó preguntando:
- Y ¿qué vas a hacer con esas rotas?
- Las ato alrededor de la articulación de mis patas -contestó el Almizclero.
- ¿ Por qué? -preguntó el gigante.
- Mira el cielo - le recomendó el Almizclero -. Parece como si fuese a caerse de un momento a otro. Está muy bajo y ya colgante. Tal es la razón de que me ate esas rotas alrededor de las patas.
- Y ¿por qué haces eso y qué tiene que ver con la caída que temes del cielo? -pregunto Gergasi.
- Con objeto de no lastimarme, cuando baje al pozo. En cuanto se caiga el cielo me meteré en el pozo y así salvaré la vida, porque, desde luego, todos los que estén en la superficie de la tierra, quedarán aplastados.
Gergasi contemplaba el cielo y le pareció que, en efecto, estaba ya muy bajo.
- Oye, pequeño, véndame las rodillas. Luego, si quieres, te ocuparás de ti mismo.
El Almizclero consintió, aunque aconsejando al gigante que se sentara ya sobre el pozo. Sin embargo, cuando estuvieron en él, tuvo Gergasi algún recelo y exigió del Almizclero que bajase en primer lugar, hasta el fondo del pozo. Pero el Almizclero se negó, alegando que no quería ser aplastado por el gigante, cuando bajara éste.
Gergasi consintió y se dejó atar manos y piernas por el Almizclero. Hecho esto, el pequeño animal dió un empujón al gigante y lo arrojó al fondo del pozo, diciéndole:
- Ahora quédate ahí hasta que revientes. Morirás en el pozo, en castigo de tus robos. Mal hiciste en despreciarme y en figurarte que me burlarías como a mis compañeros.
Cuando regresaron éstos, el Almizclero se envaneció de la hazaña que acababa de llevar a cabo. Ellos no quisieron creerlo y entonces el Almizclero los llevó hasta el pozo, donde, en efecto, pudieron ver al gigante, atado de pies y manos, y dando unos alaridos espantosos.
Tomando un tronco de árbol largo y delgado, lo afilaron por la punta y con aquella lanza improvisada mataron al gigante. Luego, seguros de que ya nadie podría robarles el pescado recogido, se dispusieron a celebrar un banquete.
Mas cuando iban a cocer los pescados y el arroz, vieron que no tenían pimienta y por esta causa les pareció desabrida la comida.
-Mirad -exclamó, de pronto, el Almizclero, tras de observar que la punta del hocico del Perro era de color negro -. Ahí tenéis pimienta negra.
Los ojos de todos se fijaron en el hocico del Perro, el cual quedó muy avergonzado y ofendido. El Corzo y el Ciervo, además del Almizclero se rieron de él, pero no tardaron en sentir que su alegría se transformaba en miedo, porque el Perro se arrojó contra ellos y no tuvieron más remedio que echar a correr.
Esta es la razón de que el Perro siga persiguiendo a esos animales en nuestros días, porque se burlaron de él y lo pusieron en ridículo.
El Perro seguía de cerca las huellas del Almizclero cuando llegaron a la selva, pero éste consiguió encaramarse a un árbol utilizando uñas y dientes. El Perro llegó hasta el pie del árbol y como no sintiera su rastro, echó a correr para continuar la persecución del Corzo y del Ciervo. Y al llegar al sitio donde quisieron celebrar el banquete, vió que todos se habían marchado, abandonando la comida.
- Bueno pensó el Perro -, por esta vez se me ha escapado el Corzo, el Ciervo y el Almizclero. Pero cuando los vea, los mataré y lo mismo harán mis hijos y los hijos de mis hijos.
Y siempre ha sido así, hasta nuestros días. El Perro acabó por encontrar al Caballo, al Carabao y al Buey y entre los cuatro dieron fin a la comida. El Perro no tenía ningún agravio contra ellos, porque no se habían burlado de él.