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Cómo se hizo el mundo

En una época, era todo agua y en una barca estaban Dios y El Diablo. Le dijo Dios al Diablo:

–¿Qué te parece si hacemos la tierra?

–Bien –acordó El Diablo.

–Entonces, anda al fondo del mar y tráeme arena –pidió Dios.

Y fue El Impío, pero la arena no se quedaba en sus manos, se resbalaba y este se enojó con Dios por haberle solicitado traer la arena. Dios se dio cuenta y le pidió:

–Dame la arena que está debajo de tus uñas –porque sabía que El Diablo era sucio y que tenía las uñas largas, y con esto empezó a hacer la tierra.

Después de este ajetreo, Dios se cansó y se quedó dormido. Cuando vio esto El Diablo, que era tan malo y le tenía tanta rabia a Dios, probó de ahogarlo mientras dormía. Lo agarró de las piernas para poder sumergirlo en el agua pero mientras más lo arrastraba más se agrandaba el suelo debajo de Dios. Cuando El Diablo se dio cuenta, enojado empezó a saltar, y con cada salto hizo las montañas, las lagunas, los ríos, etc. En ese tiempo se despertó Dios, después de descansar un rato, y dijo:

–¡Qué hermosuras que hiciste! Ahora yo voy a hacer otras cosas.

El Diablo miraba y no creía lo que veía, y habló:

–¿Por qué no apostamos, así decidimos quién toma la parte de arriba y quién la de abajo?

Y se hizo la apuesta, y el gran embustero con una moneda falsa ganó. Dios le preguntó:

–Ya que vos ganaste, ¿qué parte querés, la de abajo o la de arriba?

–Quiero la parte de arriba –dijo El Malo. Y Dios se fue.

El Diablo, como era tan haragán, no trabajaba, no hacía nada, pero se comía todo: las frutas, la comida, todo lo que tenía la gen­te. Hasta que llegó el momento en el que no les quedó nada para comer. Empezó a llorar El Diablo igual que el resto de la gente y llamaron a Dios para pedirle ayuda.

Vino Dios y se puso a hablar con El Diablo:

–¿Qué querés, Diablo?

–Tengo hambre, y toda la gente también está con hambre –dijo El Malo.

–Bueno, voy a arreglar todo esto –se comprometió Dios.

Y creó nuevos animales, nuevos árboles frutales, de todo para alimentar a la gente.

Entonces dijo El Diablo:

–Hagamos una nueva apuesta.

–No, Diablo –se opuso Dios–, ya me engañaste bastante con tus diabluras. Ya sé que me engañaste con tu maldad. Y después de esto lo mandó hacia abajo, donde es su lugar hasta el día de hoy, donde se quema en el fuego eterno.

A partir de este día, Dios se quedó con la gente y la cuidó. Todos estaban contentos, hasta que un día Dios tuvo que partir, y convocó a la gente y le dijo que donde él iba a ir a ellos les estaba prohibido entrar. Y se fue él al Cielo, donde sigue hasta el día de hoy.

Pero todos pensaban mucho en él y algunos empezaron a le­vantar, dicen, una montaña, otros, una torre, para alcanzar el Cielo; y trabajaron muchísimo, trabajaron, trabajaron... hasta que Dios se dio cuenta y se enojó mucho con esto y les reveló:

–¿No les dije yo que no me siguieran? ¿Por qué no obedecieron a mis palabras?

Por eso, Dios les confundió sus lenguajes, y cuando uno pedía un clavo, le daban un martillo, cuando pedía un tornillo, le daban madera, y así ya no podían trabajar porque no se entendían entre sí.

Así se hizo el mundo y así empezó la gente a hablar distintos idiomas: Rromanés (gitano), español, portugués, inglés, etc.

Esta ha sido mi historia, no tengo más que contarles.

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