
El Nopal
Fue en el principio del principio, cuando el belicoso y fiero Huitzilopochtli, dios de la guerra, abandonó a su hermana Malinalxochitl, para marcharse lejos a fundar un reino para su pueblo.
La abandonada, cuyo nombre significa flor de malinalli, quedóse en una región montañosa y selvática, deplorando su desventura, acompañada de unos cuantos súbditos. Pero era esforzada y valerosa y logró fundar el reino de Malinalco, el lugar donde hay malinalli. .
Su hijo, Copil, crecía oyendo de labios de su madre el relato de la mala acción de Huitzilopochtli. En su pecho, día a día, iba creciendo el deseo de encontrarse alguna vez con el dios cruel.
Y pasaban los años.
Y llegó el tiempo en que Copil estaba ya convertido en un gallardo mancebo, de negra cabellera y cuerpo atlético, diestro en todos los lances de la caza y de la guerra. Escuchando las quejas de su madre, había jurado castigar a ofensa, y consideró llegado el momento de hacerlo. Era fuerte y resuelto y le parecía que nada podría impedirle el cumplimiento de sus propósitos.
Un día, Copil cogió su chimalli (escudo) y su macana (maza con puntas) y partió en busca de Huitzilopochtli, el dios cruel, que se complacía en la guerra, la sangre y la muerte.
Todos los obstáculos que podía ofrecerle la naturaleza eran pequeños ante su fuerza, y su vehemencia. Caminó día y noche dejando atrás cerros, bosques y llanos. Alumbrado por el sol, por la luna o las luciérnagas, anduvo sin darse reposo hasta que al fin arribó a las fértiles comarcas habitadas por los mexihca. En ellas crecía el maíz de hojas de esmeralda y grandes y apretadas mazorcas.
Ardoroso como era, Copil iba pregonando la necesidad de exterminar a Huitzilopochtli y sus gentes, por ser elementos sanguinarios, dañinos y crueles. . .
Después de cruzar por la zona feraz, llegó, por fin, a Chapultepec, donde estaba Huitzilopochtli.
Copil examinó la naturaleza del terreno y todas las características que ofrecía la situación y se dio cuenta de que no podría cumplir su empresa solo, pues le sería necesaria la ayuda de los guerreros de Malinalco. Chapultepec, morada del dios de la guerra, es una montaña y en esos días era una isla del lago salado de Texcoco.
Copil fue a Malinalco a demandar el concurso de sus guerreros y regresó con mil de ellos para que le ayudaran a cumplir su juramento, mas sus intenciones fueron pronto conocidas por Huitzilopochtli, pues, como ya hemos referido, el joven iba voceando sus propósitos.
El fiero dios se llenó de ira y no envió guerreros al encuentro de Copil, sino a los teopixque (sacerdotes), a quienes les dio esta orden:
- Sacadle el corazón y traédmelo como ofrenda.
Los sacerdotes, sabiendo que Copil había acampado cerca con todos sus guerreros, deliberaron sobre lo que más les convenía hacer y resolvieron aguardar la noche. Y una vez que las sombras nocturnas se apretaron sobre Chapultepec y sus contornos, ellos bogaron silenciosamente por las aguas del lago oscurecido y luego saltaron a tierra dirigiéndose al lugar donde esperaban encontrar a Copil.
Dormía el jefe y dormían sus guerreros.
Avanzando sin hacer ruido, con la mayor cautela, entre los cuerpos adormecidos por el profundo sueño que produce el cansancio de las marchas, los sacerdotes encontraron por fin al hijo de Malinalxochitl.
Se acercaron a él calladamente y, con la pericia que les caracterizaba, le abrieron, de una cuchillada, el pecho y le extrajeron el corazón.
Copil no pudo exhalar la más leve queja, y al amanecer despertaron los guerreros de Malinalco y se sorprendieron grandemente al encontrarse sin jefe. Los sacerdotes habían cruzado de nuevo entre ellos, con el mismo cuidado que a la ida, sin producir un rumor ni dejar una huella. Ante los ojos asombrados de su gente, el cadáver de Copil mostraba, en el pecho poderoso, la gran herida por donde los sacrificados ofrendaban la vida al dios implacable.
También al amanecer los sacerdotes llegaron de regreso a Chapultepec. En un cuauhxicalli (recipiente usado para recoger la sangre), entregaron a Huitzilopochtli la roja ofrenda.
El dios, después de recrearse y satisfacer su cólera viendo el corazón de Copil, ordenó a los sacerdotes que fueran a enterrarlo, diciéndoles:
- Enterrad el corazón de Copil en aquellos peñascos que surgen entre las malezas, en el centro del lago.
En la noche fueron los sacerdotes hacia el lugar indicado por el dios, y enterraron el corazón entre las peñas. Con eso creyeron que Copil había terminado para siempre. Pero al otro día vieron, con asombro, que había brotado una hermosa planta en el sitio de la sepultura, allí donde antes sólo hubo desnudas rocas y ramas secas. El corazón de Copil se había convertido en el vigoroso nopal de ovaladas hojas y flores encarnadas.
Tal es la leyenda.