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La flor del lilo-va

Este era un padre que tenía tres hijos. Y, de pronto y sin saber de qué mal, se quedó ciego. Cuanto le pidió su médico, cuanto le pidieron luego los demás médicos, hízolo con el ansia de curarse; pero no lo consiguió. Y se estaba una vez lleno de pena a la puerta de su casa, cuando se le acercó lentamente una viejecita y le dijo con dulzura: 

--Si quiere recobrar la vista, tiene que lavarse los ojos con agua de la flor del lilo-va. 

---Y esa flor, ¿dónde se encuentra? 

--Se encuentra por el mundo. 

Bueno: pues el padre llamó a sus hijos y les habló del consejo de la viejecita y les pintó la flor maravillosa, según se la pintó a él la viejecita. En seguida, añadió: 

--Daré la mayor parte de la herencia al que de vosotros me la traiga. 

El menor de los hermanos era un niño y quería ciegamente a su padre. No se detuvo un momento: le besó, se despidió, se metió por las campiñas, los valles y los montes. Tuvo que pedir limosna, tuvo que dormir en despoblado, tuvo que ensangrentarse los pies; pero su sacrificio no fue inútil, porque encontró la flor del lilo-va. 

Y con ella se volvía, pensando en la felicidad que iba a causar a su padre, cuando tropezó en el camino con sus hermanos. Iban también por el mundo en busca de la flor, pero no para lograr la curación del ciego, sino movidos por el interés de la herencia, y habían aguardado tanto para empezar la excursión porque les llevaran demasiado tiempo los preparativos. Al encontrarse con 
su hermanito se llenaron de asombro: 

--Pero, ¿Cómo?, ¿ya estás de vuelta? ¿Ya has encontrado la flor del lilo-va?

El hermanito les respondió que sí.

--¡Dánosla!

--No puedo dárosla. Quiero ser yo quien se la lleve a nuestro padre.

Intentaron entonces arrancársela, mas él la defendió con valentía.

--Os cedo toda la herencia --les decía al mismo tiempo- ¡pero os suplico que me dejéis la flor!

Los hermanos no accedieron; le mataron, le enterraron en un campo y en la tierra de su fosa a poco apareció un cañaveral. 

Llegaron los hermanos a la casa, entregaron la flor a su padre, que la puso en agua, se lavó los ojos y recobró la vista. Fue tan grande su júbilo, que señaló aquel día como de fiesta para todos sus criados; pero en medio de la fiesta se acordó del otro hijo y se puso a suspirar. Los hermanos intentaron consolarle: sin duda que el otro hijo andaba de un lado para otro sin acordarse de nadie ni de nada. La busca de la flor del lilo-va sin duda le sirviera de pretexto para satisfacer su deseo de libertad y su afán de rodar por los caminos. Y el padre, en un momento de cólera, repartió toda su herencia entre los dos hermanos criminales. 

Mas he aquí que un pastorcito se acercó una vez al cañaveral en donde estaba enterrado el hijo menor; cortó una caña, hizo una flauta y púsose a soplar en ella. Y cada vez que lo hacía, la flauta cantaba tristemente: 

--Pastorcito, pastorcito, 
no me arranques el cabello.

Mis hermanos me enterraron

por la flor del lilo-va... 

Al pastorcito le pasmó la maravilla y principió a mostrarla en todas partes. Así llegó a la casa del viejo, que aun soñaba con el hijo que perdiera, y en cuanto sonó la flauta y ésta dijo su cantar, el viejo, que la oyó, salió a la puerta: 

-¡Esa es la voz de mi hijo! ----sollozaba--. ¡Yo la conozco muy bien! 

Y preguntó al pastorcito: 

--Muchacho, esa flauta, ¿de dónde la arrancaste? 

Y cuando el pastorcito se lo contó, el anciano llamó a los dos hermanos, reunió a sus servidores y se fue con todos al cañaveral. 

Allí les mandó a los hermanos que cortaran una caña; lo hicieron, pálidos y temblorosos, y la caña cortada dijo así: 

- Hermanitos, hermanitos,

no me cortéis el cabello,

que vosotros me matasteis

por la flor del lilo-va... 

El padre se volvió loco de dolor; mandó inmediatamente a sus Servidores que cavaran una fosa e hizo que enterraran vivos en ella a los dos hijos mayores.

Se sugiere ver: La quenita , El pandero hablador

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