
La grulla agradecida
Cierto día, un muchacho que estaba caminando por la montaña oyó un triste llanto. Y cuando se acercó al lugar de donde provenía, vio a una grulla atrapada dentro de una trampa armada con sogas.
- No te preocupes que te voy a salvar, espera sólo un momento.
Y apenas la desató, la grulla muy feliz ascendió volando hacia el cielo.
La noche siguiente alguien golpeó a la puerta de la casa del muchacho. Cuando deslizó la puerta, quedó asombrado: una joven muy hermosa estaba allí de pie.
- Yo me encuentro sola. Por favor, tómame como esposa.
- Mi casa es muy pobre, a veces falta comida, ¿no te importa?
A lo que la joven respondió:
- Si esta es la situación, tengo una idea. Pero te pido que, mientras yo esté en la habitación contigua, no te asomes ni espíes por nada del mundo.
Después de un rato se oía un ruido muy agradable que venía de la habitación donde la joven se había encerrado. Pasados tres días, la joven salió cargando en sus brazos tres piezas de tela.
- Estas telas fueron trabajadas por mí en el telar. Ve y ofrécelas al señor que vive en el castillo.
El señor del castillo quedó encantado con las telas de espléndido brillo y a cambio, le dio al muchacho un montón de regalos.
- ¡Qué fantástico! Con tan sólo intercambiar estas telas podemos recibir tesoros. Sé que es mucho trabajo pero te pido que sigas trabajando en el telar para producir más piezas de tela.
Y así, sin descansar, durante todo el día la muchacha se dedicaba a trabajar, mientras iba enflaqueciendo y debilitándose. Hasta que un día el muchacho, que no percibía cómo declinaba 1a salud de su esposa, se dijo:
- Qué raro, ¿cómo hará para conseguir los hilos para fabricar las telas? Voy a espiar un poquito.
Y se asustó de tal manera, porque en la habitación había una grulla que se arrancaba sus propias plumas para tejer las espléndidas telas.
- Vaya, a pesar de que tanto te lo advertí, terminaste mirando dentro de la habitación. Ya no puedo hacer otra cosa que despedirme.
- Por favor, espera, no te vayas, sé que actué muy mal - gritaba el muchacho.
Pero ya era demasiado tarde. La grulla había desplegado sus alas y ascendía al cielo y, en unos instantes, ya estaba volando tan lejos que se la perdía de vista.