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El hombre que sólo salía de noche

Recopilado por Italo Calvino

En los tiempos de Babí Babò vivía un pobre pescador con tres hijas casaderas. Había un joven que deseaba casarse con una de ellas, pero como sólo salía de noche la gente no se fiaba de él. De modo que la mayor no lo quiso por marido y tampoco la segunda; la menor, en cambió, aceptó. La boda se hizo de noche, y apenas estuvieron solos, el esposo le dijo:

- Debo confiarte un secreto: estoy hechizado, y mi condena consiste en ser tortuga durante el día y hombre sólo de noche; hay un único modo de romper el hechizo; debo dejar a mi mujer inmediatamente después de la boda y dar la vuelta al mundo, de noche como hombre y de día como tortuga; si al volver compruebo que mi mujer me fue fiel y soportó todas las desventuras por amor a mí, volveré a ser hombre para siempre.

- Estoy dispuesta —dijo la esposa.

El marido le puso en el dedo un anillo con un diamante.

Ya era de día, y el esposo se transformó en tortuga; y, con sus lentos pasos, partió a dar la vuelta al mundo. La esposa fue a recorrer la ciudad en busca de trabajo. Encontró un niño que  lloraba y le dijo a la madre:

- Déjemelo tener en brazos, que lo haré callar.

- Ojalá pueda hacerlo callar —dijo la madre—. Se pasa el día llorando

- Por la virtud del diamante —dijo la esposa—, ¡que el niño ría, baile y salte!

Y el niño se puso a reír, a bailar y a saltar.

Luego entró en una panadería y le dijo a la dueña:

- Déjeme trabajar con usted, que no se arrepentirá.

La cogieron para trabajar; ella se puso a hacer el pan y dijo:

- ¡Por la virtud del diamante, que todos compren pan en esta tienda mientras yo trabaje en ella!

Y todo el día la gente iba y venía por la tienda. Vinieron tres jóvenes que, al ver a la bella esposa, se enamoraron de ella.

- Si me dejas pasar una noche en tu alcoba —le dijo uno de los tres—, te doy mil francos.

- Y yo —dijo otro—, te doy dos mil.

- Y yo tres mil —dijo el tercero.

Ella tomó los tres mil francos del tercero y por la noche lo dejó entrar furtivamente en la panadería.

- Aguarda un momento —le dijo— a que ponga la levadura en la harina, y hazme un favor: ayúdame a amasar un poco.

El hombre se puso a amasar y amasaba, amasaba, amasaba sin poder sacar los brazos de la pasta, por la virtud del diamante, y siguió amasando hasta que llegó el día.

- ¡Al fin terminaste! —le dijo ella —. ¡Tardaste bastante!

Y lo echó.

Después le dijo que sí al de los dos mil francos, lo hizo entrar en cuanto oscureció y le dijo que soplara un poco el fuego para que no se apagase. Él sopló, sopló y sopló y, por la virtud del diamante, siguió soplando el fuego hasta la mañana, con la cara hinchada como un odre.

- ¡Buena la has hecho! —le dijo ella por la mañana—. Vienes a verme a mí y te pasas la noche soplando el fuego.

Y lo echó.

A la noche siguiente hizo entrar al de los mil francos.

- Debo poner la levadura —le dijo —, mientras tanto cierra la puerta.

El hombre cerró la puerta y por la virtud del diamante, la puerta volvió a abrirse. La cerró de nuevo y de nuevo se abrió, y así pasó la noche y llegó la mañana.

- ¿Cerraste esa puerta, al fin? Bueno, ahora ábrela y vete de aquí.

Los tres hombres, rojos de furia, fueron a denunciarla. En esos tiempos, además de los esbirros, había mujeres esbirros que actuaban cuando había que arrestar a una mujer. De modo que cuatro mujeres-esbirro fueron a arrestar a la esposa.

—Por la virtud del diamante —dijo la esposa—, que estas mujeres se den bofetadas hasta mañana por la mañana.

Y las cuatro mujeres se pusieron a golpearse entre sí, y a todas se les hinchó la cara.

Como las cuatro mujeres-esbirro no volvían con la prisionera, se enviaron cuatro esbirros para ir a buscarlas. La esposa los vio llegar y dijo:

- Por la virtud del diamante, que estos hombres se pongan a saltar al burro.

Y al instante, uno de los esbirros se agachó, otro le puso las manos en la espalda y le saltó por encima; siguieron los otros dos, y así continuaron dando un salto tras otro.

En ese momento, con sus pasos lentos y pesados, llegó una tortuga. Era el esposo que volvía de dar la vuelta al mundo. En cuanto vio a la mujer, se transformó en un bello mancebo, y así vivió con ella muchos años.

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