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El hombre de piedra

Había una vez un emperador joven y hermoso que tenía una esposa también muy bella, pero los dos tenían una gran pena, pues no les había dado Dios ningún hijo.

Un día se presentó a su palacio un negro de tez reluciente y gruesos labios y pidió hablar con el emperador; le hicieron pasar a su presencia, y le dijo así:

- Muchos años de dicha te deseo, poderoso emperador. He sabido que no tienes hijos y que te alegraría tener uno. Te traigo unas hierbas maravillosas. Si tu esposa hace con ellas una tisana y se la bebe, tendrá un gentil heredero.

El emperador agradeció cumplidamente al negro el obsequio de las hierbas maravillosas. En pago le dio un caballo de los más bellos de sus caballerizas, un vestido bordado en oro y una bolsa llena de monedas.

Cuando Ia emperatriz tuvo Ias hierbas, llamó a su cocinera para que le hiciera una tisana con ellas. Una vez hecha, la cocinera la probó para ver si estaba buena, y luego se la llevó a su dueña.

Al cabo de algún tiempo, la emperatriz y la cocinera, por haber probado del mismo brebaje, tuvieron un hijo cada una. Llamaron al hijo del emperador, Dafín, y al hijo de la cocinera lo bautizaron con el nombre de Afín.

Los dos chicos eran listos, guapos y crecían con una rapidez milagrosa. Ambos, por igual, valientes y juiciosos.

Un día, transcurridos algunos años, el padre de Dafín tuvo que ir a tomar parte en una batalla. Llamó entonces a su hijo, le dio un manojo de llaves y le dijo:

- Hijo mío, en todas las puertas que se abren con estas llaves tienes derecho a entrar; sólo en la que cierra esta llave de oro, te prohíbo que entres, pues si lo hicieras, mal lo pasarías.

Habiendo marchado el emperador, Dafín sintió curiosidad por abrir todas las puertas. Quería averiguar qué había detrás de ellas. En una encontró un tesoro en piedras preciosas; en la otra había vajilla y platos ricamente labrados todos en plata y oro, pero nada de esto logró interesar a Dafín. Le parecía que lo más interesante de todos los tesoros debía de hallarse en la habitación prohibida. Recordando, sin embargo, la prohibición que le habían hecho, dudó algún tiempo; pero, al fin, pudo más la curiosidad que el respeto a la promesa hecha a su padre, y abrió la puerta que estaba cerrada con la llave de oro.

Entró, pues, Dafín en este cuarto y ¡oh, maravilla de las maravillas !, encontró un trono todo de oro, tan brillante y bello que nadie lo hubiera podido mirar sin pestañear. En este trono estaba sentada la princesa Kiralina, niña hermosa como una fresca flor de jardín de ensueño. Después de haberla contemplado largo rato, salió con los ojos llenos de lágrimas, tan fuerte era la emoción que le había producido la visión de tan bella princesa.

Algún tiempo después volvió el emperador de la guerra y, al notar la falta de su hijo entre las personas que fueron a recibirle, interrogó a su esposa, la cual le informó que su hijo estaba enfermo.

Comprendió el emperador por qué estaba enfermo su hijo y en vano llamó a todos los doctores del imperio para que lo cuidaran, nadie pudo curarlo. Al fin le dijeron que no sanaría nunca si no le daban por esposa a la princesa Kiralina de la cual estaba enamorado.

El emperador mandó pedir la mano de la princesa para su hijo. Pero todos los enviados volvieron diciendo que su padre no la quería dar en casamiento a nadie.

Cuando se enteró de esto Dafín quiso ir él mismo a buscar a la princesa. Hablé de ello con Afín y juntos se fueron, prometiéndose no descansar hasta lograr la mano de la princesa Kiralina.

Caminaron todo un día hasta bien entrada la noche, en que llegaron a la casa de la madre del Viento de Invierno. Llamaron a la puerta y les salió a abrir una vieja toda arrugada, preguntándoles qué iban buscando. Pidiéronle que les dejara descansar hasta la mañana siguiente y también querían saber si conocía ella el camino que conducía al imperio de la princesa Kiralina.

Les miró compasivamente la vieja y les dijo:

- Os alojaria con gusto, pero tengo miedo que venga mi hijo y os transforme en trozos de hielo. Id mejor hasta donde vive mi hermana menor, pues ella puede alojaros y señalaros el camino que deseáis saber.

Siguieron andando hasta dar con la casa del Viento Loco. De allí tuviéronse que alejar también y continuaron hasta la de la madre del Viento de Primavera. Al llamar a la puerta les abrió una mujer joven y bella, alta y delgada. Cuando vio a Dafín le dijo:

- Sé, gentil mozo, que vas por el mundo en busca de la princesa Kiralina. Pero no llegarás hasta su imperio sin la ayuda de mi hijo. Quedaos, pues, aquí. Procuraré esconderos, pues si mi hijo se entera que hay gente extraña en casa, os buscaría y os mataría.

Dicho todo esto, palmoteó tres veces y, en seguida, saltó de la chimenea un ave de oro con pico de diamante y ojos de esmeralda, cogió a los dos jóvenes, los escondió cada uno debajo de un ala y subió con ellos otra vez encima del hogar.

Poco después se oyó un leve susurro del viento que parecía traer un olor de rosas y de lises, la puerta se abrió sola y entró un joven hermoso, con pelo largo y dorado, con alas de plata y, en la mano, un palito todo entretejido con hierbas y flores. Al entrar en la casa díjole a su madre:

- Me parece, madre, que huele por aquí a hombres forasteros.

- Te lo parece, hijito, pero aquí nadie ha venido.

Diciendo esto le preparó la cena, que se componía de un plato de leche dulce de gacela. Para beber le dio un poco de agua de violetas que le sirvió en una copa de amatista.

Comió y se puso a, charlar con su madre, la cual, viéndolo de buen humor, se decidió a pedirle:

- Hijo mío, dime dónde está el imperio de la señora Kiralina, y qué debería hacer si uno quisiera tenerla por esposa.

- Difícil pregunta me haces, madre, pero estoy dispuesto a darte gusto. El imperio de la princesa Kiralina se halla a una distancia de diez años de camino desde aquí. Pero este camino se puede hacer en un parpadear de ojos, yendo hasta la selva negra, que se halla al lado del lago de betún que vomita piedras y fuego hasta el cielo, se sube encima del tronco de las hadas, se espolea tres veces, cambiándose éste en un carro tirado por doce caballos de fuego con el cual se puede pasar el lago. Mas, si alguien oye esto y se lo comunica a otros, se volverá de piedra hasta las rodillas. Cuando haya llegado al imperio tendrá que transformar el carro, mediante tres golpes, en un ciervo de oro muy grande y meterse en su interior para llegar hasta la habitación de la princesa y poder raptarla. Pero quien oiga esto que estoy diciendo y se lo repita a alguien, que se transforme en piedra hasta la cintura. Cuando la haya tomado por esposa, la madre del Viento Loco, por celos, mandará a un judío con una hermosa camisa, más fina que las telarañas. La princesa Kiralina comprará esa camisa y en cuanto se la ponga, si no la humedece con lágrimas de tórtola, morirá. Pero quien oiga esto y lo diga, será transformado totalmente en una estatua de piedra.  

Mientras el Viento de la Primavera decía todo esto, el hijo del emperador se había dormido, pero el hijo de la cocinera se hallaba despierto y todo lo había oído.

Cuando se hubo marchado el Viento de Primavera de su casa, el hijo del emperador preguntó a la madre si su hijo le había dicho algo, pero ésta, temiendo convertirse en una estatua de piedra, dijo que no le había dicho nada.

Entonces los dos mozos se fueron y caminaron todo un largo día de verano hasta bien entrada la noche, pero al caer la tarde oyeron un gran ruido y luego vieron un gran Iago de betún que ardía en grandes llamaradas y lanzaba piedras hasta lo alto del cielo. Dafín se espantó, pero su hermano de leche le dijo que no se apurase por tan poca cosa y que sólo tenía que hacer lo que él le dijera para que todo les saliera bien.

Llegados al centro de la selva, apercibieron el tronco de las hadas. Los dos montaron encima y espoleándolo tres veces, éste se cambió en un carro con doce caballos de fuego que se alzó en un pestañear de ojos hasta el Viento Loco, y bajó luego hasta situarse delante de las puertas del palacio de la princesa Kiralina.

Cuando se apearon del carro, éste se transformó otra vez en un sencillo tronco de madera, y ellos, atónitos, se vieron delante de un palacio de zafiro y de mármol, con puertas de ciprés, y allí, en una de las ventanas, se hallaba la princesa Kiralina vestida con traje tejido en oro y perlas finas.

En cuanto vió la princesa Kiralina al hijo del emperador, se enamoró tan perdidamente de él, que cayó enferma de amores.

El emperador, su padre, agotó todos los medios para que su hija recobrara la salud. Pero todo fue inútil. Por último, una vieja bruja, enterada de la enfermedad de la princesa, ofreció esta receta al emperador:

- Si quieres que tu hija recobre su salud, tienes que buscar al ciervo grande que canta como las aves, llevárselo a tu hija durante tres días y al cabo de los cuales verás cómo sana en seguida.

Ordenó el emperador que se buscara por todo el imperio el ciervo del cual hablaba la vieja. Mientras tanto, Afín, el hijo de la cocinera, dio los tres golpes al tronco y éste se convirtió en un gran ciervo de oro, dentro del cual hizo meter a Dafín, quedando instalados de esta suerte frente al palacio.

Cuando el emperador oyó que había tal milagro delante de sus puertas salió y le preguntó al muchacho si quería venderlo.

Con gran aplomo Afín contestó:

- No es para vender mi ciervo, pero si quieres te lo alquilo.

- ¿Cuánto dinero me pides para dejármelo sólo por tres días ?- preguntó el emperador.

- Mil onzas de oro - contestó el muchacho.

Aceptó el emperador, tomó el ciervo y se lo llevó a los aposentos de su hija.

Cuando vio a la princesa Kiralina, el ciervo empezó a cantar una tierna canción de amores, tan dulce, que lloraban hasta las piedras. Embargada por la emoción la princesa se durmió, entonces salió de su escondrijo Dafín y la besó en la frente.

Al día siguiente la princesa Kiralina contó a sus damas que había soñado que la besaba un hermoso joven. Una de ellas, la más lista, le aconsejó que cuando sienta que alguien la besa otra vez, mientras ella aparenta dormir, que coja fuertemente en sus brazos al atrevido.

Llegada la noche, el ciervo empezó a cantar una canción sentimental. La princesa Kiralina hizo como si se durmiera, y cuando Dafín fue a besarla, lo estrechó en sus brazos, y le dijo:

- Desde ahora en adelante, te quiero a mi lado, pues mucho he anhelado tenerte.

Al amanecer se presentó el emperador acompañado de Afín que pretendía que le devolvieran su ciervo. La princesa empezó a llorar y no quería a ningún precio separarse de su ciervo, pero Afín le dijo en voz baja:

- Pide al emperador que te dé permiso para acompañar al ciervo hasta las afueras de la ciudad; allá nos espera un carro con doce caballos de fuego, con el cual iremos hasta el imperio de Dafín, tu prometido.

La princesa Kiralina pidió y obtuvo del emperador este permiso, y junto con un gran cortejo, acompañó al ciervo hasta las afueras de la ciudad.

Entonces Afín dio tres golpes al ciervo y éste se transformó en un carro con doce caballos de fuego, y cogiendo a la princesa Kiralina de una mano y a Dafín de la otra montó con ellos en el carro y desaparecieron en dirección a su patria.

Cuando el emperador supo su regreso, mandó que les saliera al encuentro un cortejo imponente. Luego efectuóse el casamiento de su hijo Dafín con la princesa Kiralina, cayos festejos duraron tres días y tres noches.

Un día, estando la princesa Kiralina sentada ante una ventana, vio venir por el camino a un traficante judío con camisas para vender. Lo hizo llamar a sus aposentos y le pidió que se las mostrara. Una vez las hubo visto, compró la que le pareció mejor y, pocos días después, se la puso. Al poco rato de llevarla enfermó gravemente.

Cuando Afín supo que la princesa estaba enferma, entró a medianoche en su aposento y vertió sobre su cuerpo lágrimas de tórtola, con el fin de salvarla de aquel hechizo maligno que se había apoderado de ella.

Pero los envidiosos, que no faltan nunca cuando se goza de la confianza del emperador, y en este caso, es su propio hermano de leche y su mejor amigo, no se les ocurrió cosa mejor que calumniarlo, diciendo que los guardias habían visto cómo Afín había besado a la princesa Kiralina.

Dafín, que ya era emperador, por haber muerto su padre, prestó oídos a la maledicencia y arrebatado por el furor, dispuso que matasen a Afín. Mas al llegar la hora de su muerte, Afín pidió que se reuniera el consejo del imperio y que estuviera también presente la emperatriz. Hecha la reunión, les habló de esta guisa:

- Hubo una vez un hijo de emperador que se había enamorado de una princesa y se fue con su hermano de leche para ver si lograba hallarla y casarse con ella. Después de andar errantes largo tiempo, hallaron a la Madre del Viento de Primavera que rogó a su hijo, a petición suya, que le dijera la manera de poder hallar a la princesa. El Viento de Primavera quiso complacer a la madre y relató de ese modo: “El imperio de la princesa Kiralina está a una distancia de diez años si se sigue por rutas humanas, pero si se monta encima del tronco de las hadas se llega en un santiamén. Mas quien oiga esto y se lo cuente a alguien, se convertirá en piedra hasta la cintura.”.

Apenas terminó Afín esta primera parte del relato, se transformó en un bloque de piedra desde los pies hasta el talle.

Inmediatamente el emperador comprendió que había hecho mal en dudar de su hermano de leche y le pidió que cesara de contar, pero Afín no quiso escucharlo y prosiguió su narración hasta que se convirtió totalmente en una estatua de piedra.

El emperador y su esposa quedaron desconsolados por la pérdida de su hermano y, deseando honrar de algún modo su memoria, decidieron llevar la estatua a su habitación para tenerla siempre junto así y vivir en su perpetuo recuerdo.

Pasó cierto tiempo, y un día, al despertar, le dijo Dafín a su esposa:

- He tenido un sueño muy extraño esta noche. Una mujer vestida de blanco me ha dicho que si queríamos que Afín volviera a la Vida, tendríamos que matar a nuestro hijo y rociar la estatua con su sangre.

- Lo mismo he soñado yo - le contestó la princesa Kiralina.

Mataron, pues, a su hijo, y con su sangre rociaron el bloque de piedra. Este empezó a moverse hasta que tornó a la vida Afín, el cual dijo, desperezándose:

- Largo tiempo he dormido, hermanos.

- Muy largo, y dormirías todavía si no hubiésemos matado a nuestro hijo para bañarte con su sangre- le dijo el emperador.

Entonces Afín se hizo un corte en un dedo y dejó caer su sangre sobre el cuerpo exangüe del príncipe, quien renació de nuevo tan fresco y hermoso como antes.

Quisieron el emperador y su esposa celebrar con gran magnificencia estos acontecimientos maravillosos; a tal efecto quisieron hacer partícipe a todo su pueblo, ordenando que no se interrumpiesen en muchos días los bailes, banquetes, espectáculos y festejos de toda clase, haciendo las delicias de todo el país y la suya propia, tanto, que aun hoy día recuerdan la pompa desplegada en aquella conmemoración.

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