
Juan sin miedo
Recopilado por Italo Calvino
Había una vez un jovencito llamado Juan sin miedo, porque no tenía miedo a nada. Viajaba de un lado a otro, y un día llegó a una posada y pidió alojamiento.
- Aquí no hay sitio – le dijo el posadero – pero si no tienes miedo te mando a un palacio
- ¿Por qué habría de tener miedo?
- Porque ese lugar da miedo, y hasta ahora nadie ha salido vivo de allí. Por la mañana la Compañía va con el ataúd para traer al que tuvo el coraje de pasar la noche en él.
Claro que Juan sin miedo no se asustó. Se llevó una vela, una botella y una salchicha, y se fue al palacio.
A medianoche estaba comiendo ante la mesa, cuando escuchó una voz en la campana de la chimenea:
- ¿Tiro?
Y Juan sin miedo le respondió
- ¡Pues tira!
De la chimenea cayó una pierna de hombre. Juan bebió un vaso de vino.
Luego dijo la voz:
- ¿Tiro?
- ¡Pues tira! – dijo Juan, y cayó otra pierna.
Juan se comió la salchicha.
- ¿Tiro?
- ¡Pues tira!
Y cayó un brazo. Juan se puso a silbar.
- ¿Tiro?
- ¡Pues tira!
Y cayó otro brazo.
- ¿Tiro?
- ¡Pues tira!
Y cayó un torso que se unió a las piernas y a los brazos, y quedó en pie un hombre sin cabeza.
- ¿Tiro?
- ¡Tira!
Cayó la cabeza y se colocó sobre el torso. Era un hombrón gigantesco. Juan alzó el vaso y brindó:
- ¡Salud!
Dijo el hombrón:
- Toma la vela y sígueme.
Juan tomó la vela pero no se movió.
- ¡Ve delante! – dijo el hombre.
- Ve tú – dijo Juan.
- ¡Tú! – dijo el hombre.
- ¡Tú! – dijo Juan.
Al fin el hombre fue delante y atravesó los aposentos del palacio, seguido por Juan que lo iluminaba. En el hueco de una escalera había una puertecita.
-
¡Abre! – le dijo el hombre a Juan.
Y Juan:
- ¡Ábrela tú!
Y el hombre la abrió de un empujón. Había una escalera de caracol.
- Baja – dijo el hombre.
- Baja tú primero – dijo Juan.
Bajaron al sótano y el hombre señaló una losa en el suelo.
- ¡Álzala!
- ¡Álzala tú! – dijo Juan, y el hombre la alzó como si fuera un guijarro.
Debajo había tres marmitas de oro.
- ¡Llévalas arriba! – dijo el hombre.
- ¡Llévalas tú! – dijo Juan.
Y el hombre las llevó de una en una.
Cuando estuvieron de nuevo en la sala, el hombre dijo:
- ¡Juan, se rompió el encantamiento!
Se le separó una pierna, que se fue por la chimenea.
- De estas marmitas, una es para ti.
Y se le separó un brazo, que trepó por la chimenea.
- Otra es para la Compañía, que vendrá a buscarte creyéndote muerto.
Y se le separó el otro brazo, que se fue detrás del primero.
- La tercera es para el primer pobre que pase.
Se le separó la otra pierna y quedó sentado en el suelo.
- El palacio, quédatelo tú.
Y se le separó el torso, y sólo quedó la cabeza posada en el suelo.
- Porque la estirpe de los señores de este palacio se ha perdido para siempre.
Y la cabeza se elevó y salió volando por la campana de la chimenea.
Apenas se aclaró el cielo, se escuchó un cántico: miserere mei, miserere mei. Era la Compañía con el ataúd, que venía a buscar el cadáver de Juan sin miedo. Y lo vieron en la ventana, fumando su pipa.
Juan sin miedo se hizo rico con esas monedas de oro y vivió feliz en el palacio. Hasta que un día le ocurrió que, al darse la vuelta, vio su propia sombra y se asustó tanto que cayó muerto.