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La felicidad

Cuando el que iba a ser el inca Pachacutec sólo era príncipe y se llamaba Titu Manco Capac, ya demostró las raras virtudes que hacían de él uno de los más sabios varones del Imperio.

Cierta vez salió muy temprano del palacio real y comenzó a vagar por los arrabales del Cuzco, a contemplar la vida de aquellas gentes. Y se apenó por ellas. Habló con algunos viejos y viejas y, aunque éstos no se lo confesaron, comprendió el príncipe que no eran felices. Su quietud sólo era resignación. Obsesionado por esta idea salió de la ciudad: él hubiese querido que todos fuesen felices. Y como era muy joven, creyó que su idea podía hacerse realidad en seguida, porque cuando somos muy jóvenes no sabemos hacer mediar un prudente plazo entre idea y realización. Intentamos sin medir la posibilidad del intento. La audacia sustituye a la reflexión; pero la audacia y la ignorancia, en la juventud, son sinónimos.

El príncipe pensó que habría un talismán con el que fuese posible conseguir la felicidad para todos, y en el más breve tiempo. Recordó, entonces, a la maga de las serpientes, la anciana que vivía en uno de los barrios más apartados del Cuzco: en el Amaru Cancha; y decidió consultarla.

Esta vieja, más que centenaria en la época en que el inca Pachacutec era príncipe, había sido traída por el abuelo de éste, Yahuar Huacac, cuando aún no siendo Inca realizó una expedición a los Antis.

Allí, después de vencer a los naturales, feroces y fuertes guerreros de la región, encontróse con que ésta se hallaba infestada de serpientes enormes, pero inofensivas. Según tradición, estas serpientes eran inofensivas, porque ahora estaban encantadas; antes habían sido temibles. A la sazón, se las tenía por seres sagrados a quienes adoraban; su sacerdotisa era la anciana que oía sus vaticinios. Yahuar Huacac se llevó a la maga y sus serpientes al Cuzco, donde siguió actuando de profetisa entre el pueblo y aun con gentes de la corte. Tanta fue su fama, que el barrio donde se le dió casa tomó el nombre de Barrio de las Serpientes.

El príncipe se presentó a la maga y le expuso sus deseos. Esta le dió un brebaje y comenzó a Iatirle el párpado superior del ojo derecho. Optima señal, según los rituales de la maga. Buena señal hubiese sido que le palpitara el párpado superior del ojo izquierdo, y mala o muy mala si la palpitación hubiese sido en los párpados bajos, ya del ojo derecho o del izquierdo.

Las serpientes, interpretó la maga, querían que el príncipe consiguiese el talismán que lo haría el dueño de la felicidad.

Ese talismán se hallaba oculto en una calavera de gigante que encontraría en el lugar hacia el cual guiaríalo una serpiente. Y el príncipe comenzó a andar en pos de la serpiente que la maga le señaló.

Anduvo el príncipe tras ella; anduvo mucho tiempo, sin hambre ni sed ni fatiga; y dió al cabo con el sitio donde se veían las calaveras y otros restos de gigantes. En una de ellas se posó la serpiente. La levantó el príncipe y encontróse una esmeralda de color y tamaño nunca por él vistos, ni aun en el tesoro de Viracocha, su padre.

Ya en posesión del talismán, vióse trasladado súbitamente a la plaza principal del Cuzco, frente al Templo del Sol.

El Inti brillaba con esplendor inusitado y el príncipe hizo anunciar a la multitud que traía el talismán secreto de la felicidad y que con él haría la felicidad de todos. Bastaba mirarlo para ser feliz. E hizo colocar la esmeralda en alto, en medio de la plaza, a fin de que todos la pudieran mirar y todos fuesen felices. La multitud, extasiada y agradecida, comenzó a desfilar. . .

El príncipe sentíase como hecho de luz, tanto era el júbilo que lo poseía. . .

Y en aquel instante despertó de su hermoso sueño.

Así, siendo príncipe, el que iba a ser el sabio inca Pachacutec, aprendió que conseguir la felicidad para todos los hombres es un sueño, aunque el más hermoso de los sueños.

Se sugiere ver: Pachacutec y la música

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