
Momotaroo
Hace mucho tiempo en cierto lugar vivía una pareja de viejitos. Todos los días el viejito iba a la montaña a buscar leña, y la viejita se dirigía al rio para lavar la ropa. Un día sucedió esto. Mientras la viejita estaba lavando la ropa, un gran durazno se le acercó llevado por la corriente.
Donburakoko donburako, Donburakoko donburako.
Con estas palabras podría expresarse el ritmo y energía con que el durazno se aproximaba.
- Qué durazno tan enorme. Si eres un durazno dulce, acércate a mí, y si no, vete lejos - dijo la anciana, y el durazno tocó la orilla y ella haciendo un gran esfuerzo lo cargó hasta su casa.
- Este durazno sí que se ve apetitoso - exclamó el viejito, que ya había regresado de la montaña, y lo puso sobre una tabla y, cuando estaba por cortarlo:
-¡Poo…n!
El durazno se abrió solo en dos mitades y de su interior salió disparado un niño que se veía muy saludable.
La pareja de ancianos se alegró enormemente.
- Como ha nacido de un durazno, “momo”, lo llamaremos Momotaroo.
El niño fue creciendo rápida y vigorosamente. Y era cariñoso, sano y alegre.
Por ese entonces aparecieron unos diablos terribles que maltrataban a la gente, robaban cosas y hasta raptaban muchachas y, por todo esto, la gente de la capital, Miyako, estaba sufriendo mucho.
Un día Momotaroo se sentó ante sus padres, se inclinó ante ellos, y les dijo:
- Padre, madre, gracias a ustedes me he convertido en un niño fuerte, así que he decidido a ir a la isla de los Diablos para someterlos.
Los padres se asustaron y trataron de disuadirlo, pero Momotaroo estaba decidido:
- Parto consciente de los peligros. Sólo te pido, madre, que me prepares para mi viaje unos deliciosos kibidango, esas bolitas de harina de mijo que son tu especialidad. - dijo Momotaroo.
Así que su madre le preparó los mejores kibidango de todo Japón que le hizo cargar de su cinturón; su padre le ciñó una vincha hachimaki en la frente y le hizo vestir nuevos pantalones hakama, así como colocarse en el cinto un sable katana nuevo. Por último le entregaron una bandera donde se leía: “Nippon Ichi no Momotaroo, o sea Momotaroo el Mejor de Japón.”
Momotaroo marchaba con todo su ánimo, cuando lo empezó a seguir un perro que ladraba:
- Momotaroo, dame una bolita de mijo y permíteme ser tu criado.
Momotaroo se la dio diciéndole:
- Por supuesto que puedes venir conmigo.
Y tan pronto había terminado de decir esto, un mono bajó chillando de un árbol:
- Dame una bolita de mijo y te acompaño.
Y tan pronto se la dio y lo aceptó, en seguida un faisán llegó volando y también recibió una bolita de mijo y se convirtió en su tercer criado.
Surcando las violentas olas fueron avanzando derecho hacia la isla. La isla de los Diablos era el objetivo hacia el cual se dirigía la nave en la que iban Momotaroo, el perro, el mono y el faisán.
- Ya la diviso, allí está la Isla de los Diablos.
Y el barco remontó una gran ola. Y finalmente la isla se iba haciendo cada vez más cercana y visible.
- A desembarcar, a castigar a estos diablos revoltosos.
Al tocar tierra se dirigieron hacia el Palacio de los Diablos que estaba custodiado por un Diablo Rojo ante el gran portón negro. Los cuatro amigos atacaron al guardia e ingresaron al palacio donde los diablos estaban en medio de un festejo. Al verlos, los diablos se burlaron, pero los cuatro contestaron:
- Como hemos comido los mejores kibidango de Japón, tenemos la fuerza de mil hombres.
El perro, el mono y el faisán atacaron con mordiscones y picotazos a los ayudantes del jefe Diablo y lograron dominarlos. Al tiempo que Momotaroo atacaba al jefe y lo mantenía aplastado contra el suelo.
El jefe terminó atado y arrodillado ante Momotaroo y se inclinó hasta tocar el suelo con su frente, en señal de arrepentimiento, mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.
- Ya no cometeremos ninguna fechoría y devolveremos todos los tesoros que hemos robado. Perdóname la vida que desde ahora nos portaremos bien.
Y como el jefe pidió sinceramente disculpas, Momotaroo perdonó a los diablos de la isla.
Momotaroo con la ayuda de sus amigos, el perro, el mono y el faisán, cargó todos los tesoros al barco y se los entregó como obsequió a sus padres, que estaban muy orgullosos de su valor y su fuerza.