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Muda por siete años

Recopilado por Italo Calvino

Había una vez un padre, una madre, dos niños y una muchacha. El padre trabajaba de viajante y un día que había salido los dos niños le dijeron a la madre:

- Iremos al encuentro de padre.

- Sí, sí, id – les respondió la madre.

Los niños llegaron al bosque y se pusieron a jugar. Al poco tiempo, vieron al padre a lo lejos. Corrieron a su encuentro y lo agarraron de las piernas gritando:

- ¡Padre, padre!

El padre no estaba de humor ese día, y les dijo:

- ¡No me hagáis enfurecer, marchaos!

Pero los niños no le daban tregua y seguían agarrándose de sus piernas. Envenenado como estaba, el padre les gritó:

- ¡Malditos, que el Diablo se os lleve!

En ese momento, apareció el Diablo y se llevó a los dos niños, sin que el padre se diera cuenta.

Cuando llegó a la casa, y vio la madre que regresaba sin los hijos, comenzó a preocuparse y a llorar. Entonces, el padre le contó lo de la maldición. Dijo la hermanita, que había oído todo:

- Quiero ir a buscarlos, aunque me cueste la vida.

Y pese a la oposición de sus padres, preparó algunos alimentos y partió.

Encontró un palacio con una puerta de hierro. Entró y había un señor. Le preguntó:

- ¿Usted ha visto a mis hermanos, a los que el Diablo se llevó?

- No lo sé – le contestó el señor – pero puedes ir a mirar allí: hay una sala con veinticuatro camas. Fíjate si están en alguna de ella.

Y, en efecto, la niña encontró a sus hermanos acostados y se puso muy contenta.

- Hermanitos míos ¡Pues entonces estáis bien!

- Ven a ver si estamos bien – le respondieron los hermanos.

Ella alzó las colchas y vio una multitud de lenguas de fuego.

- ¡Ay hermanitos! ¿Qué puedo hacer para salvaros?

- Si te quedas muda durante siete años, nos salvarás. Pero ten cuidado, porque las pasarás de todos los colores.

Entonces la niña se fue. Cuando pasó cerca del señor, éste le hizo señas para que se acercara, pero ella se cubrió el rostro, se persignó y se alejó.

Caminó hasta llegar a un bosque. Como estaba muy cansada, se echó a dormir. Un Rey, que estaba de caza, la encontró dormida.

- ¡Mirad qué bella! – dijo.

La despertó y le preguntó cómo había llegado al bosque. Ella, mediante señas, le indicó que no necesitaba nada.

- ¿Quieres venir conmigo? – le preguntó el Rey.

Ella afirmó con la cabeza. El Rey hablaba en voz muy alta, porque creía que era sordomuda, pero luego comprendió que oía aún las palabras dichas en voz baja. Al llegar a la casa, la hizo bajar de la carroza y le dijo a su madre que había encontrado una niña muda durmiendo en el bosque y que se casaba con ella.

- ¡Pero yo no quiero! – protestó la madre.

- ¡Pero yo sí, y el que manda aquí soy yo! – respondió el Rey, y desposó a la muchacha.

La suegra era de mal corazón y trataba a su nuera con desdén y la humillaba; pero la niña soportaba todo en silencio. Llegó así la época en que la joven esperaba un niño. La suegra le hizo llegar a su hijo una carta falsa, diciéndole que se apresurara a llegar a cierta ciudad porque le estaban devorando todos los bienes. El rey así lo hizo, y la joven dio a luz al niño en su ausencia.

La suegra, en acuerdo con la comadre, cogió un perro y lo metió en la cama de la muchacha. Luego, tomó al niño, lo metió en una caja y lo llevó al tejado. La pobre joven todo lo veía con gran desesperación, más pensaba en la condena de sus hermanos y se esforzaba en callar.

La madre del Rey, entonces,  escribió una carta a su hijo contándole que la esposa había tenido un perro en vez de un niño. El Rey respondió que ya no quería saber nada más de su esposa, que le dieran algo de dinero para mantenerse y que abandonara el palacio antes de su retorno. Sin embargo, la vieja ordenó a un criado que se llevara a la joven, la asesinara, la arrojara al mar y luego trajera sus vestidos.

Una vez en la playa, el sirviente dijo:

- Ahora, señora, baje la cabeza que debo matarla.

La joven se arrodilló y unió las manos con lágrimas en los ojos. El sirviente sintió compasión, y no quiso matarla. Le cortó el cabello, cogió sus vestidos y le dejó su camisa y sus pantalones.

La joven se quedó sola en la playa, hasta que vio un navío y le hizo señas. Era un navío de soldados y éstos, creyéndola un muchacho, le preguntaron quién era. Ella explicó, mediante gestos, que era un marinero de un buque náufrago y que sólo él se había salvado. Los soldados le dijeron:

- Bueno, aunque seas mudo, vendrás a guerrear con nosotros.

Hubo una batalla y la joven se puso a manejar el cañón. Sus camaradas la vieron tan valiente, que la nombraron cabo en el acto. Concluida esa guerra, ella pidió que le permitieran dejar el servicio, y la gracia la fue concedida.

Una vez en tierra, no supo dónde ir. Por la noche vio una casa en ruinas y entró. A medianoche oyó pasos, espió y vio que entraban trece asesinos. Cuando los asesinos volvieron a salir, ella entró en la sala y se encontró con una gran mesa servida. Había comida para trece personas, y ella comió un poquito de cada plato para no despertar sospechas. Luego volvió a esconderse, pero había olvidado una cuchara dentro de un plato. Los asesinos volvieron más entrada la noche aún, y al ver la cuchara uno de ellos dijo:

- ¡Oh, aquí hay alguien que quiere traicionarnos!

- Bueno – dijo otro – salgamos y que uno de nosotros se quede de guardia.

La joven, creyendo que se habían ido todos, salió de su escondite, y el asesino que quedaba la capturó. Más muerta que viva, la muchacha le dio a entender que era muda y que había entrado allí porque no tenía adónde ir. El asesino se compadeció y le dio de comer y beber. Al volver los otros compañeros y enterarse de todo, le dijeron:

- Ya que estás aquí, quédate con nosotros. Si no, tendremos que matarte.

Ella terminó por asentir, y se quedó. Los asesinos nunca la dejaban sola. Un día, el jefe le dijo:

- Mañana por la noche iremos todos al palacio del Rey y le robaremos su tesoro. Tú también debes venir.

La joven sabía que ese Rey al que pretendían robar era su esposo, así que le escribió una carta de advertencia. Al llegar los asesinos a medianoche, entraron al palacio uno por uno y los sirvientes agazapados los fueron matando, uno por uno. Así murieron el jefe y otros cinco; los demás emprendieron la fuga como pudieron. La joven quedó sola, vestida como estaba de asesino.

Los sirvientes la capturaron y la llevaron a una celda. Desde allí, la muchacha pudo ver cómo levantaban una horca. Sólo faltaba un día para que se cumplieran los siete años; por lo que pidió mediante gestos que le concedieran un día más antes de ejecutarla. El Rey accedió.

Al día siguiente, faltando solo una hora para que se cumpliera el plazo prometido, la joven fue llevada al cadalso. Al llegar, una vez más, ella pidió por gestos que le permitieran una hora más de vida, y esto también se lo concedió el Rey. Al cumplirse la hora, llegaron dos guerreros, que solicitaron licencia para hablar.

- Hablad – dijo el Rey.

- Ese no es un asesino, es una joven y es nuestra hermana – dijeron los guerreros, y luego contaron allí toda la historia – Puedes hablar hermana, ya estamos a salvo.

Inmediatamente, le quitaron los grilletes y la muchacha dijo en presencia de todo el pueblo:

- Soy la esposa del Rey, y por maldad de mi suegra mi hijo fue asesinado. Subid al tejado, coged esa caja y fijaos si he tenido un perro o un niño.

El Rey ordenó a sus criados que bajaran la caja. En su interior, encontraron huesos de niño. Entonces el pueblo comenzó a grutar:

- ¡Merecen la horca la Reina y la Comadre!

Y así fue que las dos culpables fueron colgadas, la joven volvió al palacio con su esposo, y sus hermanos adquirieron un puesto de gran importancia en la corte.

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