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El pastor que nunca crecía

Recopilado por Italo Calvino

Había una vez un pastor pequeño y malcriado. Cuando llevaba el rebano a pastar, vio pasar a una vendedora de pollos con un canasto de huevos sobre la cabeza; le arrojó una piedra al canasto y de un golpe rompió todos los huevos. La pobre mujer, exasperada, le gritó:

-¡Qué nunca crezcas, hasta encontrar a la bella Bargaglina de las tres manzanas que cantan!

A partir de entonces, el pastorcito se volvió débil y enjuto, y cuanto más lo cuidaba su madre, más adelgazaba. Esta al fin le preguntó:

- ¿Qué te ocurre? ¿Te ha echado alguien una maldición?

El entonces le contó su travesura y lo que le había dicho la vendedora de pollos: «Que nunca crezcas hasta encontrar a la bella Bargaglina de las tres manzanas que cantan».

- Entonces - le dijo su madre- no hay nada que hacer, debes partir en busca de esta bella Bargaglina.

El pastor se puso en marcha. Llegó a un puente y vio sobre el puente a una mujercita que se columpiaba en una cáscara de nuez.

- ¿Quién pasa?

- Un amigo.

- Levántame los párpados, así veré quién eres.

- Soy uno que busca a la bella Bargaglina de las tres manzanas que cantan: ¿sabes algo de ella?

- No, pero toma esta piedra, que te vendrá bien.

El pastor llegó a otro puente y allí había otra mujercita que se bañaba en una cáscara de huevo.

- ¿Quién pasa?

- Un amigo.

- Levántame los párpados, así veré quién eres.

- Soy uno que busca a la bella Bargaglina de las tres manzanas que cantan. ¿Tienes noticias de ella?

- No, pero toma este peine de marfil, que te vendrá bien.

El pastor se lo metió en el bolsillo y llegó a un riachuelo donde había un hombre que embolsaba niebla; también a éste le preguntó por la bella Bargaglina. El hombre le dijo que no sabía nada de ella, pero le dio un puñado de niebla que le vendría bien.

Luego llegó a un molino, y el molinero era una zorra que hablaba. La zorra le dijo:

- Sí, sé quién es la bella Bargaglina, pero es difícil que tú la encuentres. Sigue adelante hasta encontrar una casa con la puerta abierta; entra y verás una jaula de cristal con muchos cascabeles; dentro de la jaula están las manzanas que cantan. Debes coger la jaula, pero cuidado, porque hay una Vieja que si tiene los ojos abiertos duerme, y si tiene los ojos cerrados está despierta.

El pastor reanudó la marcha; encontró a la vieja con los ojos cerrados y comprendió que estaba despierta.

- Hermoso joven - dijo la vieja -, mírame un poco la cabeza a ver si tengo piojos.

El pastor miró y mientras la despiojaba la vieja abrió los ojos; entonces él comprendió que se había dormido. Se apresuró a coger la jaula de cristal y emprender la fuga. Pero los cascabeles de la jaula tintinearon, la vieja se despertó y lo hizo perseguir por cien caballos. El pastor, al darse cuenta de que los caballos estaban por alcanzarlo, dejó caer la piedra que tenía en el bolsillo. La piedra se transformó en una montaña rocosa y escarpada y los caballos se rompieron las patas.

 Los caballeros sin caballos volvieron junto a la vieja, que envió doscientos caballos. Cuando el pastor vio que de nuevo estaban por alcanzarlo, arrojó el peine de marfil, y el peine se transformó en una montaña muy lisa; los cascos de los caballos resbalaron y se mataron todos.

La Vieja entonces le mandó trescientos, pero el pastor sacó el puñado de niebla, la oscuridad se propagó a sus espaldas y los caballos se perdieron. El pastor entonces tuvo sed, y como no tenía nada para beber cogió una de las manzanas de la jaula y la cortó. Oyó una vocecita que le decía:

- Córtame despacito, si no me harás daño.

El pastor la cortó despacito, comió media manzana y se guardó la otra mitad en el bolsillo. Así llegó a un pozo cerca de su casa; se puso la mano en el bolsillo para comer la otra mitad de la manzana y se encontró con una mujer muy pequeñita.

- Yo soy la bella Bargaglina - le dijo ella -, y como hogazas. Ve a buscarme una hogaza porque me muero de hambre.

El pozo era uno de esos pozos cerrados que tienen una portezuela en el medio; el pastor puso a la mujer sobre la portezuela y le dijo que lo esperara, que pronto le traería la hogaza.

A ese pozo solía ir, en busca de agua, una sirvienta llamada Esclava-fea. Llegó Esclava-fea, vio a la bella mujercita sobre la tapa del pozo y dijo:

- Tú que eres tan pequeña eres bella, y yo que soy grande soy fea - y le dio tanta rabia que la tiró al pozo.

Cuando el pastor volvió, no vio a la bella Bargaglina y se desesperó.

La madre del pastor también solía ir a buscar agua a ese pozo, y un día descubrió un pez en la cuba. Llevó el pez a casa y lo frió. Se lo comieron y tiraron las espinas por la ventana.

 En el sitio donde cayeron las espinas creció un árbol, y se hizo tan grande que oscureció la casa. Entonces el pastor cortó el árbol, hizo leña para el fuego y la llevó a casa. Mientras tanto su madre había muerto, y él vivía solo, cada vez más débil y pequeño porque no podía crecer. Todos los días llevaba el rebaño a pastar, y volvía a casa al caer la tarde. Y cuál no sería su asombro al descubrir que los platos y cacerolas que había dejado sucios por la mañana estaban totalmente limpios; y no entendía quién los lavaba. Entonces se ocultó detrás de la puerta para ver quién era, y vio a una bella joven, muy, muy pequeñita, que salía de la pila de leña y lavaba los platos, las cacerolas, los cuchillos, barría el suelo, hacía las camas; luego abría la artesa, tomaba una hogaza y se la comía.

Entró el pastor y le dijo:

- ¿Quién eres? ¿Cómo has podido entrar?

- Soy la bella Bargaglina -dijo la muchacha-. La que encontraste en tu bolsillo en lugar de la media manzana; Esclava-fea me tiró al pozo y me convertí en pez, luego me convertí en la espina de pescado que tiraste por la ventana, de espina de pescado me transformé en semilla de árbol y después en un árbol que crecía y crecía, y después en los leños que cortaste, y cada día, cuando no estás, vuelvo a convertirme en la bella Bargaglina.

Después de encontrar a la bella Bargaglina, el pastorcito comenzó a crecer y crecer, y la bella Bargaglina crecía con él. Hasta que él se transformó en un bello joven y se casó con la bella Bargaglina. Hicieron un gran banquete; yo estaba debajo de la mesa, me tiraron un hueso y se me incrustó en la nariz, y allí se me quedó.

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