
Perejilina
Recopilado por Italo Calvino
Había una vez un matrimonio que vivía en una hermosa casita. Y esta casita tenía una ventana que daba al huerto de las Hadas.
La mujer esperaba un hijo y tenía antojo de perejil. Se asoma a la ventana y en el huerto de las Hadas ve todo un prado de perejil. Espera a que salgan las Hadas, toma una escalera de seda y baja al huerto. Se da una buena panzada de perejil, vuelve a subir por la escalera de seda y cierra la ventana.
Al día siguiente, otra vez. Come hoy, come mañana, las Hadas, paseando por el jardín, empezaron a darse cuenta de que casi se quedaban sin perejil.
-¿Saben qué vamos a hacer? -dijo una de las Hadas-. Fingimos salir todas, pero una se queda escondida. Así veremos quién viene a robarnos el perejil.
Cuando la mujer bajó al huerto, la sorprendió un Hada.
-¡Ah, bribona! ¡Al fin te descubrí!
- Compréndame -dijo la mujer-, tengo antojo de perejil porque espero un hijo . . .
- Te perdonamos -dijo el Hada-. Pero si tienes un niño, lo llamarás Perejilino y si tienes una niña, la llamarás Perejilina. Y en cuanto crezca, sea niño o niña, ¡será para nosotras!
La mujer rompió a llorar y volvió a casa. El marido, al enterarse del pacto con las Hadas, se puso hecho una furia.
-¡Glotona! ¿Has visto?
Nació una niña, Perejilina. Y con el tiempo los padres se olvidaron del pacto con las Hadas.
Cuando Perejilina fue grandecita, empezó a ir a la escuela. Y todos los días, al volver a casa, se encontraba con las Hadas, que le decían:
- Niña, dile a tu mamá que se acuerde de lo que nos debe.
- Mamá -decía Perejilina al llegar a casa-, las Hadas dicen que debes acordarte de lo que les debes.
La madre sentía que se le estrujaba el corazón y no respondía nada. Un día la madre estaba distraída. Perejilina volvió de la escuela y dijo:
-Dicen las Hadas que te acuerdes de lo que les debes.
Y la madre, sin pensar, respondió:
-Sí, está bien, diles que se lo lleven nomás.
Al día siguiente la niña fue a la escuela.
-¿Y, se acuerda tu madre? -preguntaron las Hadas.
-Sí, dice que pueden llevarse nomás lo que les debe.
Las Hadas no se lo hicieron decir dos veces. Aferraron a Perejilina y se fueron. La madre, al no verla regresar, estaba cada vez más preocupada. De pronto se acordó de la frase que había dicho y exclamó:
-¡Ay, desgraciada de mí! ¡Ahora no se puede volver atrás!
Las Hadas se llevaron a Perejilina a su casa, le mostraron un cuarto muy, muy negro donde guardaban el carbón y dijeron:
- ¿Ves este cuarto, Perejilina? Cuando volvamos esta noche, tiene que estar blanco como la leche y pintado con todos los pájaros del aire. Si no, te comemos.
Se fueron y dejaron a Perejilina desesperada y bañada en lágrimas.
Golpean a la puerta. Perejilina va a abrir, segura de que han vuelto las Hadas y que ya le sonó la hora. En cambio entró Memé, primo de las Hadas.
- ¿Por qué lloras, Perejilina? -preguntó.
- Tú también llorarías -dijo Perejilina-, si tuvieras que volver blanco este cuarto tan, tan negro y pintarlo con todos los pájaros del aire antes de que vuelvan las Hadas. ¡Y si no, me comen!
- Si me das un beso -dijo Memé-, yo lo hago todo.
Y Perejilina respondió:
Prefiero por las Hadas ser tragada
Antes que por un hombre ser besada.
-La respuesta es tan graciosa -dijo Meme-, que igual haré todo.
Golpeó la varita mágica y el cuarto fue todo blancura y todo pájaros, tal como habían dicho las Hadas. Memé se fue y las Hadas volvieron.
-Y bien, Perejilina, ¿hiciste todo?
-Sí, señora. Vengan a ver.
Las Hadas se miraron entre sí.
-Dinos la verdad, Perejilina. Aquí estuvo nuestro primo Memé.
Y Perejilina:
No he visto al primo Memé
Ni a mi madre que me vio nacer.
Al día siguiente las Hadas se consultaron.
-¿Cómo hacemos para comerla? ¡A ver! ¡Perejilina!
-¿Qué ordenan?
- Mañana por la mañana debes ir a ver al Hada Morgana y decirle que te dé la caja del Buen Cantar.
-Sí, señora -respondió Perejilina, y a la mañana se puso en marcha.
En el camino encontró a Memé, el primo de las Hadas, quien le preguntó:
-¿Adónde vas?
-A casa del Hada Morgana, para pedirle la caja del Buen Cantar.
-¿Pero no sabes que te come?
- Mejor, así terminamos de una vez.
- Toma estas dos ollas de sebo -dijo Memé-; encontrarás una puerta que golpea los batientes. Úntala y te dejará pasar. Toma además estos dos panes; encontrarás dos perros que se muerden entre sí. Tírales los panes y te dejarán pasar. Toma además este cordel y esta lezna; encontrarás un remendón que para coser los zapatos se arranca la barba y el pelo. Dáselos y te dejará pasar. Toma además estas escobas; encontrarás una panadera que sacude el horno con las manos. Dáselas y te dejará pasar. Haz todo con mucha prontitud.
Perejilina tomó el sebo, los panes, el cordel, las escobas, y se los dio a los perros, al zapatero, a la panadera; y todos le dieron las gracias. Encontró una plaza, y en la plaza se encontraba el palacio del Hada Morgana.
Perejilina llamó.
-Espera, niña -dijo el Hada Morgana-, espera un poco -pero Perejilina, sabiendo que debía actuar con prontitud, subió dos tramos de escalera a gran velocidad, vio la caja del Buen Cantar, la tomó y huyó a la carrera.
El Hada Morgana, al oírla escapar, se asomó a la ventana.
-¡Panadera que sacudes el horno con las manos, detén a esa niña, detenla!
-¡Ni local ¡Después de tantos años de fatigas, me dio las escobas para sacudir el horno!
-¡Remendón que coses los zapatos con la barba y el pelo, detén a esa niña, detenla!
-¡Ni loco! ¡Después de tantos años de fatigas, me dio lezna y cordel!
-¡Perros que se muerden! ¡Detengan a esa niña!
-¡Ni locos! ¡Nos dio un pan a cada uno!
-¡Puerta que golpeas! ¡Detén a esa niña!
-¡Ni loca! ¡Me engrasó de pies a cabeza!
Y Perejilina pudo pasar. Apenas estuvo a salvo, se preguntó: “¿Qué será esta caja del Buen Cantar?”, y no pudo resistir la tentación de abrirla.
De la caja saltó un cortejo de hombres chiquititos, chiquititos, un cortejo con una banda que marchaba al son de la música y nunca se detenía. Perejilina quería hacerlos volver a la caja, pero agarraba uno y se le escapaban diez. Se largó a llorar, y justo en ese momento llegó Memé.
-¡Curiosa! -le dijo-. ¿Ves lo que has hecho?
-Oh, sólo quería ver. . .
- Ahora no hay remedio. Pero si tú me das un beso, yo lo remediaré.
Y ella:
Prefiero por las Hadas ser tragada
Antes que por un hombre ser besada.
-Lo has dicho con tanta gracia que igual lo remediaré.
Golpeó la varita mágica y todos los hombrecitos volvieron a la caja del Buen Cantar.
Cuando las Hadas oyeron que Perejilina llamaba a la puerta, se pusieron de mal humor.
-¿Y cómo no se la comió el Hada Morgana?
-Felicidades -dijo ella-. Aquí está la caja.
-Ah, muy bien. . . ¿Y qué te dijo el Hada Morgana?
-Me dijo que les mandara saludos.
-¡Ya entendimos! -dijeron las Hadas entre ellas-. Debemos comerla nosotras
A la noche vino a visitarlas Memé.
- ¿Sabes, Memé? -le dijeron-. El Hada Morgana no se comió a Perejilina. Debemos comerla nosotras.
-¡Qué bien! -exclamó Memé-. ¡Qué bien!
-Mañana, cuando haya terminado con todas las tareas de la casa, le haremos poner al fuego una de esos calderos grandes para la ropa. Y cuando hierva, la agarramos y la tiramos adentro.
-Está bien, está bien -dijo él-, entiendo. Es una buena idea.
Cuando salieron las Hadas, Memé fue a ver a Perejilina.
-¿Sabes, Perejilina? Te quieren meter en el caldero, cuando hierva. Pero tú debes decir que falta leña y que tienes que ir a buscarla al sótano. Después me encargo yo.
De modo que las Hadas le dijeron a Perejilina que había que lavar ropa y que pusiera el caldero en el fuego. Ella encendió el fuego y dijo:
- Pero casi no queda leña.
- Baja a buscarla al sótano.
Perejilina bajó y oyó:
-Aquí estoy yo, Perejilina.
Era Memé, que la tomó de la mano. La condujo a un lugar en el fondo del sótano, donde había muchas velas.
-Estas son las almas de las Hadas. ¡Soplal
Se pusieron a soplar, y cada vela que se apagaba era un Hada que moría.
Sólo quedaba una vela, la más grande de todas.
-¡Esta es el alma del Hada Morgana!
Se pusieron a soplar con todas sus fuerzas hasta que la apagaron, y así se quedaron con todas las posesiones.
- Ahora serás mi esposa -dijo Memé, y Perejilina finalmente le dio un beso.
Fueron al palacio del Hada Morgana; al remendón lo hicieron Duque, a la panadera Marquesa; a los perros los llevaron al palacio y la puerta la dejaron donde estaba, acordándose de engrasarla de vez en cuando.
Y gozaron y vivieron
Y en paz siempre estuvieron
Y a mí nada me dieron.
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