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Perurimá hace justicia

En cierta ocasión Perurimá recibía a los soldados tras una corta licencia. Dos soldados llegaron después del término fijado.

- ¿Por qué no han llegado a tiempo?

- ¡Ah! mi sargento, mi mujer se murió y yo tuve que quedarme en el velatorio y para más en el camino se me mancó el caballo. Todo me fue mal, mi sargento.

Perurimá lo miró un momento y ordenó:

- Llévenlo al calabozo y dénle cincuenta palos. Lo que empezó mal debe terminar mal.

Al rato llegó el otro infractor.

-Y tú, ¿por qué llegas tarde? ¿También se te murió alguien?

Notoriamente bajo los efectos del alcohol, el otro lo miró con desenfado y le replicó:

- No, pues, mi sargento, yo llegué a mi casa y había un baile. Y al otro día seguimos meta baile porque yo había llegado y al otro día hicimos otro baile para despedirme y como el baile era para mí, tuve que quedarme y por eso llego tarde mi sargento.

- Ajá, con que farra y baile ¡eh! y después déle baile nomás.

- Y sí, pues, mi sargento, qué le vamos a hacer, ¿voy al calabozo?

Perurimá se rascó la cabeza, señal en él de gran preocupación, y después ordenó:

- Llévenlo a éste a su carpa y dénle un buen vaso de caña y después déjenlo que duerma. . . Lo que empezó bien debe terminar bien.

Y contento de su justicia singular, se puso a fumar deleitosamente un grueso cigarro de hoja.

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