
El rey de un granado
Emudek era tan pobre que sólo poseía un granado. Y, por ser lo único que tenía en el mundo, lo apreciaba mucho. Cuando las frutas estaban maduras, se sentaba bajo el árbol a vigilarlas día y noche. No se atrevía ni siquiera a parpadear por miedo de que alguien le robara sus granadas. Si algún niño trepaba el muro del patio y asomaba la cabeza, Emudek le lanzaba mil injurias. Y hasta se dice que golpeó a varios niños para que aprendieran a no ser curiosos. Todo esto le valió a Emudek el nombre de Rey de un Granado.
Cierto otoño, cuando las frutas ya estaban maduras, Emudek, como siempre, se encontraba vigilándolas celosamente. Pero, ¿cómo era posible que un hombre pudiera vivir sin dormir? Una noche, contra su voluntad, comenzó a dormitar y, cuando abrió los ojos, vio con sorpresa que alguien le había robado muchas granadas. Se recriminó amargamente por haberse descuidado, pero la noche siguiente otra vez le venció el sueño y, al abrir los ojos, vio que nuevamente le habían robado más frutas. Entonces, decidió espiar para descubrir al ladrón. A la tercera noche, Emudek simuló dormir bajo el granado y no pasó mucho tiempo cuando sintió que alguien se acercaba. Entreabrió un ojo y vio a un zorro. Éste, creyendo que Emudek estaba dormido, se deslizó como una sombra por el muro, se acercó sigilosamente al granado y, sin hacer ningún ruido, subió al árbol. Emudek se levantó de un brinco y cogió al zorro por la cola mientras le gritaba:
- ¡Cómo te atreves a robar mis frutas! ¡Tengo que darte una buena lección!
Pero el zorro era muy astuto. Contrajo todo su cuerpo y saltó, escapándose de las manos de Emudek. Su escabullida fue tan rápida que Emudek sólo se quedó con algunos pelos de la cola en su mano. Emudek estaba muy enfadado. Ahora, no sólo tenía que proteger sus granadas de los apetitos de los hombres, sino también de las ganas de los zorros. Y, ¿cómo iba a cuidarlas? Su Vecino, un viejo, lo vio tan desesperado que le preguntó:
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué estás triste?
- Hasta el zorro viene a robar mis frutas. Así, a este paso, este año no podré cosechar ni la mitad -contestó lastimero, señalando el granado.
- Voy a enseñarte a hacer una trampa para coger zorros - le dijo el viejo- En una olla prepara goma. Luego, derrámala cerca del granado y, así, si el zorro viene otra vez a robar tus fru tas, se quedará pegado al suelo.
Esa misma noche el zorro cayó en la trampa preparada y, cuando Emudek ya estaba listo para matarlo a palazo limpio, el zorro le rogó:
- Perdóname la vida, Emudek, Rey de un Granado. Si no me matas, yo me comprometo a ayudarte durante el resto de mi vida. Te conseguiré una buena esposa.
-¿Quieres burlarte de mí, zorro apestoso? -le dijo furioso Emudek-. Sabes muy bien que soy muy pobre, ¿quién puede, pues, casarse conmigo? -y, demudado por la cólera, levantó el palo.
-¡No me mates! ¡No me golpees! ¡Por favor! Lo que te prometo es verdad. Yo tengo ideas muy ingeniosas para casarte con una princesa.
Emudek, convencido de las promesas del zorro, lo puso en libertad. Y el zorro partió a ver al Viejo Rey.
- Majestad -le dijo- hágame el favor de prestarme su tamiz, porque las ágatas de nuestro reino están con mucho lodo. Emudek, nuestro Rey de un Granado, ha oído decir que tenéis un tamiz capaz de cribar perlas y ágatas y me ha enviado a pedírselo prestado.
Ya había llegado a oídos del Viejo Rey la noticia de la existencia del Rey de un Granado y muy satisfecho le prestó su tamiz. Luego, el zorro birló algunas perlas y ágatas y las metió en las retículas del tamiz. Después de esperar que pasaran algunos días, volvió donde el Viejo Rey a devolverle el tamiz. Mientras le daba las gracias, hizo chocar, como por descuido, el tamiz contra el suelo de manera que perlas y ágatas rodasen por el suelo. Los hijos del Viejo Rey, peleándose, se lanzaron a recogerlas. Entonces el zorro les dijo:
- ¡Oh! Estas cositas no valen mucho. Si hubiera sabido que a su alteza les gustan, habría traído una bolsa llena de perlas y ágatas para obsequiársela. Nuestro rey Emudek tiene abundancia de piedras preciosas.
Fue tal la admiración del Viejo Rey por la riqueza del rey Emudek que agasajó con mucha cortesía al zorro y le dijo:
- Tengo tres hijas. Quisiera que una de ellas se casara con el Rey de un Granado. Si una de mis hijas se casa con tan excelentísimo rey, me sentiría muy feliz y sería un gran honor para mi reino. Espero que usted no tenga ningún inconveniente en aceptar servir de intermediario.
Las tres princesas, que habían escuchado esta conversación, comenzaron a discutir entre ellas para ver quién sería la elegida.
- No tengan tanta prisa -les dijo el zorro- Aún falta por ver si nuestro rey Emudek quiere casarse. Primero tengo que preguntarle. Si está de acuerdo en tomar esposa, volveré, mientras tanto no se hagan muchas ilusiones.
Y el zorro partió a ver a Emudek.
- El asunto ya está arreglado -le informó- El Viejo Rey ha prometido casar a una de sus tres hijas contigo. Prepárate un poco y vamos a su palacio.
Emudek saltó de alegría, pero luego pensó que era tan pobre que no tenía nada como para casarse con una princesa. Angustiado, consultó con el zorro.
- No te preocupes. Este zorro tiene soluciones para todo.
Y Emudek confiado partió con el zorro. La capital del país del Viejo Rey estaba rodeada por un ancho río. Cuando llegaron a la orilla, el zorro le dijo:
- Métete en el río. Deja solamente la cabeza por encima del agua y espérame así hasta que vuelva con el Viejo Rey.
Emudek se lanzó al río y el zorro partió en busca del Viejo Rey.
- Nuestro rey Emudek -informó el zorro, muy confundido al Viejo Rey - venía a verlo con cuarenta camellos cargados de perlas y piedras preciosas; pero, cuando estaba cruzando el río, una fuerte corriente se llevó todos los presentes que le traía. Por fortuna, ha logrado salvar la vida, pero ha perdido todo hasta su ropa.
El Viejo Rey le dijo apresuradamente:
- No importa que la corriente del río se haya llevado los presentes que me traía el rey Emudek, los doy por aceptados. Este accidente no tiene ninguna importancia. Ahora, vamos pronto a darle la bienvenida que se merece.
Y, mientras convocaba a todos sus súbditos para recibir con júbilo al rey Emudek, enviaba cortesanos al río con caballos y ropas de gala para que se las entregaran. Y así, Emudek, suntuosamente vestido y montado en un caballo, entró en la ciudad. El Viejo Rey celebró un banquete en su honor, Emudek escogió a la princesa más hermosa y los festejos de la boda duraron cuarenta días. Al término de tanta fiesta, Emudek le dijo al zorro:
- Yo no puedo seguir viviendo aquí para siempre y mi familia es tan pobre que no puede alojar a una princesa. Por otra parte, el Viejo Rey ya me ha dicho que cuándo voy a llevar a la princesa a mi casa. No sé qué hacer.
- No te intranquilices por estos pequeños problemas. Ahora lo único que tienes que hacer es vivir aquí y recibir cuanto te den. De ninguna manera debes dejar que descubran la verdad y, cuando llegue el momento de partir a tu casa, deja el asunto en mis manos, porque este zorro tiene soluciones para todo.
Algunos días después, el Viejo Rey encargó a un ministro que encabezara el cortejo que debía acompañar a Emudek con la princesa en su viaje de retorno. Al emprender el camino, el zorro dijo:
- Yo iré por delante, si sucede algo podré informarles.
Y partió rápido como un suspiro. Lo primero que encontró fue una manada de camellos; y el pastor, al ver al zorro que corría tan desaforadamente, lo retuvo y le preguntó:
- Zorro, ¿qué sucede que corres tan deprisa?
- Vienen muchos bandidos y están matando a cuanta persona se cruce en su camino - contestó jadeando el zorro- Si no quieres morir, huye. Mira, ya se acercan - y señaló la polvareda que levantaba el cortejo de Emudek.
El pastor, trémulo de miedo, le preguntó al zorro:
- ¿Qué puedo hacer? Ya no hay tiempo de huir.
- Si te preguntan de quién son estos camellos, diles que son del rey Emudek; entonces no te mataran.
Y sin decir más el zorro partió apresurado. Poco después, Emudek, la princesa y el cortejo se acercaron a los camellos; y el ministro preguntó:
- ¿De quién son estos camellos?
- Del rey Emudek - respondió el pastor.
- En verdad, que es numerosa la manada. ¡Qué magnífico es su dueño! - exclamó satisfecho el ministro.
Y el zorro seguía corriendo a todo lo que daban sus piernas. En el camino encontró una recua de caballos. El mozo le preguntó:
- Zorro, ¿qué sucede que corres como un rayo? Descansa un poco, conversemos.
- ¿Pero no te has enterado de que ahí vienen unos bandidos? Por un pelo he salvado la vida. Están matando a todos los que encuentran en su camino y les roban los caballos - dijo el zorro con la lengua fuera.
- Ya no hay tiempo para huir - dijo el hombre al ver que la polvareda avanzaba - ¿Qué puedo hacer? -Y temblaba como un azogado.
- Si no quieres perder la vida y los caballos, diles que son del rey Emudek.
Y el zorro siguió su carrera alocada. Cuando el cortejo llegó a donde estaban los caballos, el ministro preguntó:
- Mozo, ¿de quién son estos caballos?
- Del rey Emudek -respondió el otro, muy temeroso.
A todas estas la princesa ya estaba pensando en la forma de disfrutar de tanta riqueza. Y el zorro en su desenfrenada carrera se topó con un rebaño de ovejas y desde lejos gritó:
- ¡Pastor, pastor, corre, huye, que vienen los bandidos! ¡Están matando a todos!
El pastor se asustó tanto que ya las lágrimas estaban por brotar de sus ojos.
- ¿Cómo puedo salvarme de los bandidos? - le preguntó al zorro.
- Si dices que este rebaño es del rey Emudek, te dejarán con vida.
Y el zorro siguió corriendo como una saeta. Cuando el cortejo llegó al rebaño de ovejas, el ministro preguntó:
-¿De quién es este rebaño?
- Del rey Emudek.
El ministro se volvió a Emudek y le dijo:
- ¡Qué abundante rebaño de ovejas tenéis, Majestad!
Emudek se quedó atónito, pues ignoraba lo que estaba sucediendo. Y ya el zorro había llegado al palacio del Rey Diablo. Jadeando, con un palmo de lengua fuera, comenzó a recorrer todas las habitaciones.
- Zorro, ¿qué te pasa? ¿Qué apuros son estos? - le preguntó el Rey Diablo.
- Pero, ¿cómo es posible que no sepáis aún lo que está pasando? El rey Emudek, al frente de sus ejércitos, ha atacado vuestro reino y ha proclamado a los cuatro vientos que no parará hasta mataros. Si apreciáis vuestra vida, escondeos.
El Rey Diablo, hecho un ovillo de nervios, le preguntó al zorro:
- ¿Qué haré? ¿Dónde puedo esconderme?
- En la chimenea. Yo os cubriré con leña. Ya no hay tiempo de buscar otro refugio.
El Rey Diablo se metió rápido en la chimenea; el zorro lo cubrió con leña, le prendió fuego y lo achicharró.
Emudek se instaló en el palacio del Rey Diablo. Un día el zorro le preguntó:
- Cumplí mi promesa y he trabajado mucho para que seas feliz. Si muero, ¿qué harás con mi cuerpo?
- Es tanto lo que te debo que, para no olvidarte nunca, lo tendré siempre sobre mi cabeza.
Días después el cuerpo del zorro yacía cadáver en el patio y Emudek ordenó que lo echasen a un hoyo. Pero apenas había terminado de hablar, cuando el zorro entró y amargamente le reprochó:
- ¿Por qué te portas así conmigo? No hay fidelidad en tus palabras.
- Como no te has muerto de verdad, mis palabras tampoco son verdad ---le replicó Emudek.
Días más tarde, el zorro murió realmente. Esta vez Emudek no se atrevió a incumplir su promesa. De la piel del zorro se hizo un gorro y la gente, al verlo, lo imitó. Desde entonces existe la costumbre de cubrirse la cabeza con gorros de piel de zorro.
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