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El tlacuache y el fuego

Hace muchos años no se conocía el fuego. Los hombres comían las raíces crudas, las semillas de chía crudas, la carne de los animales cruda. Todo debían comerlo crudo.

Los ancianos, los Principales, los que llamamos en nuestra lengua Tabaosimoa, se reunían y discutían entre ellos sobre la forma de tener algo que les diera calor y cociera sus alimentos. Discutían día y noche. Ayunaban, no tocaban a sus mujeres. Veían un fuego que salía por el oriente, pasaba encima de sus cabezas, se metía en el mar, y ellos no podían alcanzarlo...

Cansados los Principales, reunieron a todos los hombres y a todos los animales.

- Hermanos - les dijeron-, ¿alguno de ustedes puede traemos el fuego que a diario pasa sobre nuestras cabezas?

- Se nos ocurre que cinco de nosotros vayamos al oriente, adonde aparece el Sol y le robemos uno de sus rayos, una brizna de ese fuego que nos calienta -propuso un hombre.

- Nos parece bien -contestaron los Principales-. Vayan cinco hombres y nosotros quedaremos aquí ayunando y rezando. Tal vez logren arrebatarle al Sol uno de sus rayos y tengamos al fin lo que tanta falta nos hace.

Salieron cinco hombres y llegaron al cerro donde nacía el fuego. Esperaron a que amaneciera. Entonces se dieron cuenta que el Sol nacía en otro segundo cerro lejano y siguieron su camino.

Llegados a ese segundo cerro, vieron que el Sol aparecía en un tercero mucho más lejano y así lo persiguieron hasta un quinto cerro donde se les acabó el ánimo y regresaron tristes y cansados.

- Ah, Principales, hemos corrido de cerro en cerro persiguiendo al  Sol y sabemos que nunca lo alcanzaremos. Por eso estamos tristes aquí de vuelta. Tristes y derrotados. . .

- Bueno, ustedes han cumplido. Descansen. Nosotros seguiremos pensando en la forma de alcanzarlo. Les rogamos de todo corazón que nos ayuden con sus oraciones y sus consejos.

Entonces salió Yaushu, el sabio Tlacuache (zarigüeya), y dijo: --Oigan ustedes, mis Principales: “Una vez hice un viaje al oriente y vi una luz muy lejana. Entonces me pregunté:¿Qué es lo que brilla ahí, hasta donde alcanza mi vista? Yo debo saberlo. Me puse en camino día y noche. No dormía y apenas comía; no me importaba el sueño ni el cansancio. Al anochecer del quinto día vi que en la boca de una gran cueva ardía una rueda de leños, levantando llamas muy altas y torbellinos de chispas. Sentado en un banco, estaba un viejo mirando la rueda. Era un viejo alto, estaba desnudo, cubierto con su taparrabo de piel de tigre; tenía los cabellos parados y le brillaban espantosamente los ojos. De tarde en tarde se levantaba de su banco y echaba ramas y troncos a la rueda de lumbre. Me escondí asustado detrás de un árbol, sin atreverme a llegar.

Luego me fui poco a poco. Mientras más me apartaba de la rueda, el calor disminuía. Es algo caliente - me dije-, algo terrible y peligroso”. Eso fue lo que yo vi en el oriente, señores, padres míos.

- Y tú Yaushu, ¿quisieras volver a la cueva y traemos una brizna de esa luminaria?

- Yo me comprometo a volver si ustedes, Principales, y ustedes, mis hermanos, ayunan cinco días y le piden ayuda a los dioses con ofrendas de pinole y de algodones.

- Lo haremos según tus palabras, pero debes saber, Yaushu, que si nos engañas te mataremos.

Yaushu sonreía sin hablar. Los Principales ayunaron cinco días. Cinco días pidieron a los dioses concediera a Yaushu lo que anhelaban desde hacía larguísimos años.

Cumplido el ayuno, le entregaron pinole de chía en cinco bolsas.

- Vengo pronto. De acuerdo con mi voluntad, en cinco días estaré de regreso. Espérenme pasada la media noche. Dejen a un lado el sueño y estén despiertos. Tal vez pueda morir. Si es así, no se lamenten, no piensen en mí.

Dicho esto Yaushu se fue cargando su pinole. A los cinco días encontró al Viejo sentado en el banco, contemplando el fuego.

- Buenas noches, Abuelo - saludó Yaushu.

El Viejo no contestó una palabra.

- Buenas noches, Abuelo -repitió Yaushu.

- ¿Qué andas haciendo a estas horas? - le preguntó el Dueño del Fuego.

- Los ancianos, mis Principales que están abajo, me pidieron que les llevara agua sagrada.

- ¿Por qué no viniste más temprano? Son horas inoportunas.

- Soy el correo de los Naboasimoa. Estoy muy cansado y sólo te pido que me des permiso de dormir un poco aquí contigo. Mañana al amanecer seguiré mi camino.

Después de rogarle mucho con su vocecita delgada y su poder de dominio, el Viejo le permitió quedarse fuera de la cueva:

- Puedes pasar aquí la noche a condición de no tocar ninguna cosa.

Yaushu se sentó cerca del fuego, mezcló el pinole con el agua de su hule y lo vació en dos platitos, ofreciéndole uno al Viejo:

- Si tienes hambre yo te convido de mi bastimento, aunque todavía tengo mucho que andar.

El Viejo olió el pinole y su olor le llegó al corazón. Tomando el platito, vertió un poco en el centro de la hoguera. Luego metió el dedo en la mezcla, arrojó unas gotas por encima de su hombro, otras sobre la tierra y luego comió el resto. Dijo, devolviéndole a Yaushu el platito:

- Es muy rico tu bastimento, de mucha sustancia y me ha llenado la barriga. Que Dios te lo pague: “She timua, tamashiten”.

Yaushu, tendió su cobija a poca distancia de la cueva. Pensaba y pensaba sobre la manera de robarse el fuego. Luego, se le oyó roncar. El Viejo tendió a su vez una piel seca de animal y descansó su cabeza en una piedra. Al rato se levantó, le hizo una reverencia a la hoguera y la avivó. Después se acostó nuevamente, la piel crujía a cada uno de sus movimientos. Poco después roncaba.

Yaushu golpeó entonces el suelo con uno de sus pies y, convencido de que el Viejo dormía, se deslizó silenciosamente, estiró su cola y tomando un carbón encendido, se alejó poco a poco.

Había recorrido un largo trecho cuando sintió que se le venía encima un ventarrón. Los árboles se doblaban, rodaban las piedras. Yaushu corrió con todas sus fuerzas, pero el ventarrón lo alcanzó y el Viejo se paró frente a él temblando de rabia:

- Nieto, ¿qué es lo que hiciste? Te dije que no tocaras ninguna de mis cosas y has robado a tu abuelo. Ahora todo está hecho y vas a morir.

De inmediato, lo tomó con sus manos poderosas tratando de arrancarle el tizón. Aunque el carbón le quemaba la cola, Yaushu no lo soltó: el tizón era como una parte de su cuerpo. El Viejo lo pisote,. le machacó los huesos, lo levantó en el aire sacudiéndolo y al final lo arrojó al mundo. Entonces, seguro de haberlo matado, el Viejo volvió a cuidar el fuego. Yaushu rodó por la cuesta, bañado en sangre, chisporroteando como una bola de fuego. Así llegó donde estaban orando los Tabaosimoa. Más muerto que vivo, desenroscó su cola chamuscada, dejó caer el tizón, y los Principales encendieron hogueras.

El Tlacuache fue llamado el héroe Yaushu, en recuerdo de haber traído a los hombres el fuego del oriente. Todavía muestra la cola pelada y anda trabajosamente por los caminos, debido a que el Abuelo Fuego, con su terrible poder, le quebró todos los huesos.

Se sugiere ver: El origen del fuego

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