
Tres preceptos
Un cazador atrapó una vez a un pájaro muy hábil que podía hablar en setenta idiomas, y así dijo a su captor:
- Déjame en libertad y te enseñaré tres preceptos que te servirán de mucho.
- Dime esos preceptos y te daré la libertad.
- Júrame primero que mantendrás tu promesa y me dejarás en libertad.
Cuando el hombre hubo jurado cumplir su promesa, el pájaro dijo:
- El primer precepto es: nunca te lamentes por lo que haya ocurrido. El segundo: nunca creas lo que es imposible y más allá de lo imaginable. Y el tercer precepto es: nunca trates de alcanzar lo inalcanzable.
Después de hablar así, el pájaro recordó al cazador su promesa y le pidió que lo dejara en libertad. Abrió la mano el hombre y dejó que su cautivo se alejara volando. El pájaro se sentó en lo alto de un árbol, más alto que todos los otros árboles; y dijo burlonamente al cazador:
- ¡Hombre tonto! Me has dejado escapar sin saber que tenía escondida en el cuerpo una perla preciosa, una perla que es la causa de mi gran sabiduría.
Cuando el cazador escuchó estas palabras, lamentó haber dejado escapar el pájaro, corrió al árbol y trató de trepar hasta su copa; pero fracasó en su esfuerzo, cayó a tierra y se lastimó una pierna. El pájaro riéndose le dijo:
- ¡Hombre tonto! No hace una hora que te enseñé los tres preceptos, y ya los has olvidado. Te dije que jamás te lamentaras por lo ocurrido, y te arrepentiste de haberme dejado en libertad. Te dije que no creyeras jamás lo imposible, y fuiste tan crédulo como para creer que yo llevaba una perla valiosa entre mis plumas. Sólo soy un pájaro que tiene que volar todo el día para buscar su sustento. Y finalmente, te aconseje que nunca trataras de alcanzar lo inalcanzable, y no obstante quisiste cazar un pájaro en lo alto de un árbol, y te has lastimado una pierna
Y así diciendo, el pájaro se alejó en busca de alimento.